El Anacoreta se levantó de madrugada como de costumbre. Al entrar en la cueva que les servía de Oratorio se extrañó de encontrarla a oscuras. Encendió las lámparas de aceite y las velas. A las cinco, como de costumbre, empezó el rezo de Maitines, aunque el discípulo no había aparecido.
Tras la hora y media de oración se asomó a la cueva del joven. Dormía plácidamente. Sonrió el Anacoreta y volvió al Oratorio una hora después para el rezo de Laudes. A la mitad de la oración apareció el discípulo nervioso y avergonzado.
Al acabar el rezo el discípulo dijo:
- Perdona, pero me he dormido.
Rió el Solitario y le explicó que tras los Maitines le había visto dormir.
- ¿Por qué no me despertaste? - preguntó el joven.
Siguió riendo el Anacoreta y le explicó:
- La noche es para dormir y ¡cuán precioso es este don! El sueño nos permite reponer fuerzas para trabajar con más ilusión al día siguiente. Está bien rezar por la noche, pero nunca a costa de la salud. Dormías tan plácidamente, que te imaginé en las manos amorosas de Dios.
Se puso serio el Anacoreta y prosiguió:
- Ya te llegará el tiempo del insomnio y entonces sabrás lo crueles y largas que se te harán las noches. Da gracias a Dios por el don del sueño.
Se fue el Anacoreta a ordeñar la cabra para la leche del desayuno, pero antes se giró y con una amplia sonrisa dijo:
- Pero no lo tomes por costumbre y mañana levántate para los Maitines....
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