miércoles, 15 de julio de 2020

EL DÍA QUE EL DISCÍPULO SE DURMIÓ


El Anacoreta se levantó de madrugada como de costumbre. Al entrar en la cueva que les servía de Oratorio se extrañó de encontrarla a oscuras. Encendió las lámparas de aceite y las velas. A las cinco, como de costumbre, empezó el rezo de Maitines, aunque el discípulo no había aparecido.
Tras la hora y media de oración se asomó a la cueva del joven. Dormía plácidamente. Sonrió el Anacoreta y volvió al Oratorio una hora después para el rezo de Laudes. A la mitad de la oración apareció el discípulo nervioso y avergonzado.
Al acabar el rezo el discípulo dijo:
- Perdona, pero me he dormido.
Rió el Solitario y le explicó que tras los Maitines le había visto dormir.
- ¿Por qué no me despertaste? - preguntó el joven.
Siguió riendo el Anacoreta y le explicó:
- La noche es para dormir y ¡cuán precioso es este don! El sueño nos permite reponer fuerzas para trabajar con más ilusión al día siguiente. Está bien rezar por la noche, pero nunca a costa de la salud. Dormías tan plácidamente, que te imaginé en las manos amorosas de Dios.
Se puso serio el Anacoreta y prosiguió:
- Ya te llegará el tiempo del insomnio y entonces sabrás lo crueles y largas que se te harán las noches. Da gracias a Dios por el don del sueño.
Se fue el Anacoreta a ordeñar la cabra para la leche del desayuno, pero antes se giró y con una amplia sonrisa dijo:
- Pero no lo tomes por costumbre y mañana levántate para los Maitines.... 

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