Aquel hombre se quejaba de que no lograba encontrar verdaderos amigos. Decía que intentaba comprender a los demás, pero siempre acababan abandonándolo y, a veces, abusaban de su buena voluntad.
El Anacoreta lo miró con simpatía y llevándolo bajo la palmera le dijo:
- Dices que intentas comprender al otro. Este es sólo la mitad del camino. La amistad no se basa en dos miradas, sino en una compartida.
Miró a lo lejos y luego prosiguió:
- Está bien que mires las cosas con los ojos del otro. Eso es comprender; pero has de prestarle los tuyos a la otra persona. Eso es conseguir que te comprenda. Entonces seréis verdaderos amigos.
Y siguieron los dos compartiendo durante un buen rato...
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