El discípulo andaba preocupado. Y se lo dijo al Anacoreta:
- Paso el día buscando a Dios; entregándome a la oración, pero no avanzo.
Sonrió el Solitario y le dijo:
- ¿Cuántos remos necesita una barca para avanzar?
- Dos - respondió el joven.
El Anacoreta puso una mano sobre el hombro del discípulo, y, mirándole a los ojos le dijo:
- Un remo es Dios. Muy importante. Pero si sólo usas ese remo no avanzarás nunca. Has de usar el segundo: el remo de los Otros. Dios nunca puede hacerte olvidar a los Otros. Es más, Dios y los Otros, van inseparablemente unidos...
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