martes, 17 de enero de 2023

LA LEY AL SERVICIO DEL HOMBRE

 



Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?" Él les respondió: "¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros." Y añadió: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado."

La ley no tiene sentido si no está hecha para proteger, para dignificar, para ayudar al hombre. Por desgracia los hombres hemos utilizado muchas veces la ley para defender nuestra ideología, para conseguir poder, para destruir al otro. El bien del hombre está por encima de todo.

"La palabra “religión” –del latín religare– describe los medios que utilizamos para acercarnos y conectarnos con lo sagrado. Nuestras prácticas religiosas deben llevarnos a la comunión con Dios y a la construcción celebrativa de su proyecto liberador. Pero en muchos momentos nuestras prácticas religiosas no generan comunión ni celebración, sino que se convierten en cargas pesadas que nos agobian y alejan de la construcción del Reino. Algo similar vivió Jesús ante la crítica de los fariseos por arrancar espigas para comer en sábado. Ante la denuncia de haber hecho algo prohibido, Jesús les recuerda que los mandatos de Dios están en función de la necesidad de las personas, y que el comer, fuente de sustento y bienestar, es más importante que el cumplimiento de un rito o celebración que no defiende ni cuida de la vida. Los actos de justicia, de cuidado del prójimo y de atención al sufrimiento, también son prácticas religiosas que hacen presente el Reinado de Dios. ¡Una práctica religiosa verdaderamente cristiana construirá necesariamente relaciones justas! 
 “Él (Jesús) nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría”" (koinonía)

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