domingo, 1 de enero de 2023

EMPEZAMOS EL AÑO CON MARÍA

 

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 "La novedad no nos viene de lo que pasa o deja de pasar, ni de probar cosas nuevas. La novedad no está en que cambiemos de ropa, de vajilla, de casa o de coche, de lugar de veraneo, o de bar donde tomar el aperitivo, o incluso de «pareja», de trabajo, de jefe, de partido político...  
       La novedad nos viene de un Dios que nos dice su palabra de bendición

. Y su palabra es capaz de hacer todas las cosas nuevas. Como allá en la Creación, cuando Dios se dedicó a «decir»... y se apartaron las tinieblas, se separaron las aguas que todo lo inundaban, y fue la luz, lo seco, la vida... ¡y todo era muy bueno!

   ♠  Podríamos empezar este nuevo año, renovando el rostro de Dios. Hace más de dos mil años, hubo una serie de personajes que tenían un rostro de Dios ¡tan viejo!, ¡tan gris!, ¡tan lleno de polvo, de normas, de prohibiciones...!, ¡se lo tenían tan sabido!... que no fueron capaces de reconocerlo cuando este Dios se vino de acampada a nuestra tierra, a una cueva perdida en un rincón del Imperio Romano.

Si nuestro Dios está ahí arriba, allá lejos, alejado fuera de nuestra vida cotidiana, sin que apenas tenga nada que ver con nuestra vida familiar, laboral, política, monetaria, etc. Si lo tenemos  «subido» en las alturas, haciéndole de vez en cuando algún un hueco para decirle las mismas oraciones de siempre... sin que nos hayamos enterado de que es un «Dios-con-nosotros» que se ha venido a nuestra tierra para que lo encontremos en las cosas que nos pasan y hacemos, que no tiene inconveniente en poner su cuna en cualquier pesebre que encuentre libre, para llenarlo todo de luz y de gloria, de sentido... ¿Te animas a hacerle más sitio en tu tiempo, en tu vida, en tu corazón?

- Si nuestro Dios vive todavía de las rentas de nuestros años de catequesis, y de lo que podemos «cazar» en alguna homilía, sin preocuparnos apenas de abordar las preguntas pendientes, de adaptar nuestra fe a las nuevas circunstancias sociales, históricas, eclesiales, teológicas... En definitiva: empezar a ponernos realmente al día, arrinconando lo que es evidente que ya no nos sirve.

- Si todavía se nos caen los palos del sombrajo de la fe cuando se presenta una epidemia, o una guerra, o cuando se nos muere alguien, o nos visitan desgracias encadenadas, y no sabemos qué pinta nuestro Dios en todo ese berenjenal...

- Si todavía nos sentimos incómodos cuando nos ponemos a orar, y nos parece que este Dios debe estar muy enfadado con nosotros por «lo que hemos hecho», y todavía nos da miedo, y le vemos llevando la cuenta de nuestros pecados (¿cuántas veces? ¿y por qué?). Si todavía andamos con «cumplimientos» en nuestra vida cristiana... (pero ¿me vale la misa? ¿pero es obligatorio?...)

- Si todavía nuestro Dios es un conjunto de ideas y de prácticas, pero no es un Tú que nos calienta el corazón en nuestros encuentros con él por medio de la oración... Y le regateamos nuestro tiempo, y nuestra dedicación...
Quiere decirse que necesitamos sorprendernos del rostro de Dios. Como se sorprendieron los pastores en la Nochebuena, como se sorprendieron José y María, que guardaban todas esas cosas en su corazón. Hace falta que le digamos muchas veces, con el Salmo: «ILUMINA TU ROSTRO SOBRE NOSOTROS». Que descubramos al Dios que tirita y tiene hambre porque necesita del calor humano (sí, un Dios que nos y me necesita). Que descubramos al Dios que habla nuestro idioma, que le encanta mirarnos y sonreírnos en medio de la oscuridad de nuestras noches, de nuestras dudas, de nuestras búsquedas, de nuestros pecados.

   ♠  El Señor se fije en ti y te conceda la PAZ. Cuando miramos el rostro de Dios, cuando nos dejamos iluminar por él, nos descubrimos «hijos», capaces de perdonar y amar con la energía y la potencia del Espíritu que Dios envió a nuestros corazones, y además una voz interior que nos llama a la libertad. El Espíritu no hace más que repetirme: ¡eres libre!
             Pero nos dejamos atar por miles de cadenas. Nos cuesta ser libres. Renunciamos a serlo, y a menudo nos atan las opiniones de los demás, las leyes de la sociedad de consumo, nuestras debilidades y pasiones... Por eso, este es también un año para buscar la paz personal, y redescubrir el sacramento del perdón, y para derrochar a tope la ternura por doquier, para repartir misericordia a manos llenas.
                Cuando me dejo llenar por la paz (shalom) de Dios, me convierto en «instrumento de paz». Nos avisan de que continuarán este año los conflictos internacionales, pequeñas y grandes guerras (Ucrania, Siria, Afganistán, Yemen, Etiopía, Libia...  Y focos de violencia en tantas partes del mundo.  No sé lo que cada uno podrá hacer al respecto (lo que sea, menos acostumbrarse o quedarnos «indiferentes»). Empecemos por esas inacabables «guerras personales» y batallas privadas que nos traemos cada uno contra parientes, vecinos, personas de otras ideologías... ¡compañeros de Eucaristía!
          La aportación más preciosa a la novedad que Dios ha venido a traernos (en la tierra paz a los hombres que ama el Señor) puede estar en que firmemos ya mismo la paz, y renunciemos a ir por ahí armados de envidia, chismes, rencores miserables, resentimientos, antipatías, prejuicios y competencias de todo tipo. Nos escandalizan las enormes cifras invertidas en armas por las pequeñas y grandes potencias mundiales. Pero no caemos en la cuenta del derroche de energías y recursos que empleamos nosotros mismos en sostener nuestras batallas personales, nuestras «guerras santas» para defender a nuestro todopoderoso y omnipotente «YO». Estas energías son capaces de ir apagando la luz del rostro de Dios, dejándonos a oscuras. Como dice la Primera carta de San Juan: Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
           Si no acogemos la luz, la Paz que Dios nos ofrece, este nuevo año sería viejo, viejísimo, tanto como Adán y Caín. Y las cosas serán «siempre de la misma manera». Es tarea de cada uno ver en qué se ha quedado viejo, cuánto trasto inútil hay que quitar de en medio. Dónde hay que sembrar paz. Y cuáles van a ser sus verdaderas fuentes de«novedad».

Por eso te deseo de corazón que hagas de este 2023 un año realmente NUEVO
          ¡Ah! Yo creo que si deseamos de veras a alguien un «feliz año nuevo» es porque estamos dispuestos a poner de nuestra parte para que el otro tenga también un año que sea de veras nuevo. Vivir más pendientes de la felicidad de los otros es un estupendo propósito (¡el mejor?).  Por eso, quien mejor y con más verdad puede desearte un Año Nuevo es Dios. Que El te bendiga, te descubra tu rostro de Hijo, ilumine tus pasos y te dé la paz con los hermanos y contigo mismo. Amén." (Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf.)

1 comentario:

  1. Pues menuda palabra de Dios mas buena!!! Esto si que no es del año pasado ni del que estamos ni del que vendra este es de todos y de siempre. Pues sigue quique con estas palabras que dan luz por que la verrad que a mi me has ayudado mucho nivel resurreccion de muerte violente que me habia provocado el peso de este mundo. Feliz año nuevo.

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