Subió el Anacoreta al autobus. A la siguiente parada subió un indigente, sucio, despeinado y con una sucia bolsa de dudoso contenido...Dos señoras que estaban sentadas enfrente se levantaron inmediatamente buscando un lugar alejado de allí. A cada parada, la gente, viendo dos lugares libres se sentaban frente al indigente, pero al verlo se levantaban inmediatamente..
Una monja, que se encontraba unos asientos más allá, observando lo que ocurría, se levantó y fue a sentarse frente al indigente y el Anacoreta con una sonrisa conciliadora.
El Anacoreta pensó para sus adentros...
- Menos mal que los religiosos aún saben reconocer a Jesús cuando sube al autobús.
Una monja, que se encontraba unos asientos más allá, observando lo que ocurría, se levantó y fue a sentarse frente al indigente y el Anacoreta con una sonrisa conciliadora.
El Anacoreta pensó para sus adentros...
- Menos mal que los religiosos aún saben reconocer a Jesús cuando sube al autobús.
Y sonrió a la buena monja...
Precioso!!!!
ResponderEliminarBueno, pero estoy segura que algunos que no son religiosos también logran reconocerlo.
ResponderEliminarUn Abrazo, Joan.
Hari
Solo hace falta ir con los ojos abiertos cuando vamos de un lugar a otro por la ciudad, para darnos cuenta de la cantidad de cosas que ocurren a nuestro alrededor
ResponderEliminarUn abrazo
Soqui
Precioso testimonio el de la monja.tere
ResponderEliminarUn día deje una entrada en la que decia que de volver a este mundo .... lo volvian a matar ; por pobre y mal vestido ¡¡¡ No ando lejos de la verdad. Lo sé. Tanta palabreria, tanto mando, tanto saber más que nadie y dejamos solo al que más nos necesita.
ResponderEliminarTe diria lo de Mercé; Precioso pero, yo voy un poco más allá; me has "tocado".
Besos, cansados, pero muchos.
Pues claro que sí, Hari. Es más, los religiosos estamos tan convencidos de conocerlo que ya no nos fijamos en nada...Un abrazo: Joan Josep
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