"Era invierno, y en Jerusalén celebraban la fiesta en que se conmemoraba la dedicación del templo. Jesús estaba en el templo, paseando por el pórtico de Salomón. Los judíos le rodearon y le preguntaron:
– ¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez.
Jesús les contestó:
– Ya os lo he dicho y no me habéis creído. Las cosas que yo hago con la autoridad de mi Padre, lo demuestran claramente; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y jamás perecerán ni nadie me las quitará. Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar. El Padre y yo somos uno solo."
Para comprender a Jesús hay que ser de su rebaño. Es decir, hay que reconocer su voz. En nuestra sociedad vivimos rodeados de voces que reclaman nuestra atención y puede ser difícil de reconocer la voz de Jesús: pero Él, sí nos conoce. En términos bíblicos, el verbo conocer tiene un significado más profundo, que el que nosotros le damos hoy. Significa una relación profunda, física, mental y espiritual, con el que conocemos. Que Jesús conozca sus ovejas, nos indica que se une a ellas, que forman una sola cosa.
Nuestra respuesta debe ser el seguimiento, que, no sólo es de ideas, si no de obras. Un seguimiento total. Este conocimiento de Jesús implica la unión con Él. Y, puesto que Él y el Padre son uno, es también para nosotros la unión con Dios.
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