Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:
– ¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre.
Jesús enseñó estas cosas en la reunión de la sinagoga en Cafarnaún.
Jesús habla de la Eucaristía, pero los judíos no lo entiende. Pero Él insiste en que debemos comer su cuerpo y beber su sangre.
¿Entendemos nosotros el verdadero sentido de la Eucaristía? Aquel cuerpo ofrecido en la cruz y aquella sangre derramada son las que recibimos en la Eucaristía. Y son ese pan y ese vino los que nos hacen vivir "por Él". Nos hacen ser uno con Él. Es la Eucaristia la que nos transforma en Hermanos de todo el mundo. La que debe ayudarnos a servir, a entregarnos a los más pobres. La que hará que vayamos tras la oveja perdida. El problema está en que la convertimos en un acto rutinario, sin vida. Entonces no puede darnos la Vida, no nos puede hacer vivir para siempre.
La Eucaristía es el pan que nos une. Nos une a Jesús y nos une entre nosotros.
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