"Les decía Jesús:
– El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.
Después dijo a todos:
– El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se destruye a sí mismo?"
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Sólo hay un camino para ganar la vida. Y no es un camino fácil. Es el camino de Jesús. El camino de la cruz. Eso sí, nunca hemos de perder de vista, que al final se encuentra la Resurrección.
"La experiencia cristiana, a lo largo de los años, se fue mezclando con la realidad cultural y social imperante, hasta el punto que muchas veces no se comprendió que la exigencia inherente al seguimiento de Jesús tuviera algo de diferente y de alternativo a la lógica propia del mundo. Jesús, en el relato evangélico de hoy, deja claro que el vivir según el corazón de Dios y en fidelidad al proyecto mayor que el mismo Dios quiere para la humanidad acarrea grandes problemas y dificultades. La Vida del cristiano no es una vida de rosas y de glorias. Antes por el contrario la vida del seguimiento de Jesús, de la adhesión total a su obra y el vivir la propuesta humanizadora planteada por el Maestro de Nazaret acarrea consecuencias duras y complejas. La invitación concreta de Jesús para sus discípulos es seguirle a él, pero negándonos a nosotros mismos. Esta negación no es anulación de la humanidad, sino el sometimiento total de nuestra capacidad acaparadora y egoísta que llena la historia de violencia y muerte." (Koinonía)
El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo,
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