Mientras rezaban Laudes, las primeras luces del alba empezaron a surgir por el horizonte del desierto. Al acabar el discípulo exclamó:
- ¡Qué amanecer tan precioso! El primero del año.
Sonrió el Anacoreta y, tras unos instantes en silencio, respondió.
- Sí, ha sido estupendo. Hoy la gente está de celebración. Empieza un nuevo año. Todo son deseos, propósitos e interrogantes sobre como será.
Volvió a guardar otro momento de silencio y luego prosiguió:
- Pero lo que deberíamos celebrar no es el año nuevo, sino el día nuevo. Cada mañana deberíamos levantarnos con la idea de que va a ser el mejor de los días y poner todo nuestro esfuerzo en que lo sea; porque de cada día depende lo que acabará siendo el año.
Miró sonriendo al joven discípulo y concluyó:
- O sea, que a partir de hoy, vamos a celebrar el día nuevo. El día que será el mejor de todos.
Y se fueron a preparar el desayuno.
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