Se acercó un día un joven a la cueva del Anacoreta y le dijo:
- Déjame quedarme contigo.
- ¿Por qué? - le preguntó el solitario.
- Porque quiero ser como tú.
El Anacoreta lo miró con dulzura y en su rostro se dibujó aquella sonrisa, llena de paz, que tanto impresionaba a la gente. Luego se sentó en la piedra que usaba para contemplar el desierto y dijo:
- Había dos montañas. Una era altísima, hecha de rocas blancas que brillaban con el sol al amanecer. Junto a ella había una mucho más pequeña. Una colina de tierra marrón y verdes plantas. Aquella pequeña montaña siempre miraba con envidia a la alta y pensaba: "¿Por qué no soy como ella, alta, de roca, brillante...?
Pero un dia llegaron unos excursionistas cargados con sus mochilas y sus tiendas de campaña. Al ver las montañas se dirigieron , sin dudarlo, a la más alta. Cuando llegaron a la cima quedaron asombrados del paisaje. Pero cuando quisieron montar las tiendas les fue imposible. Todo era roca y no había forma de hundir los clavos. Así que bajaron hasta la montaña pequeñita. Allí no tuvieron ningún problema para montar las tiendas; por lo que se quedaron una buena temporada. Plantaron verduras, flores y algunos árboles. Aquella montaña pequeña ya no volvió a mirar con envidia a su vecina.
Guardó un rato de silencio con la vista perdida en el desierto. Luego prosiguió:
- Con mucha frecuencia miramos a los demás y nos preguntamos por qué no somos ricos, sabios, generosos o santos como ellos. Esto nos paraliza. Nuestra vocación está allí donde estamos y en aquello que somos. Cada uno de nosotros es un ser único y tenemos una llamada especial en la vida a la que debemos responder. Y sólo podemos responder nosotros. Si quieres quedarte en el desierto, quédate; pero no intentes ser como yo. ¡Sé tu mismo!
Y guardó silencio...
Nuestra vocación está allí donde estamos y en aquello que somos. Cada uno de nosotros es un ser único y tenemos una llamada especial en la vida a la que debemos responder. Y sólo podemos responder nosotros.
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