El discípulo sabía que al Anacoreta le encantaba el libro El Principito. Por eso no se extraño cuando un día le oyó decir:
- En la vida hay muchos faroleros encantadores. El Pequeño Príncipe lo encontró en el quinto asteroide. El más pequeño de todos. Tan pequeño, que el día sólo duraba un minuto y el farolero tenía que pasarse la vida apagando y encendiendo el farol sin tiempo para más. Todo porque era su deber...
El discípulo meneó la cabeza:
- A veces el deber nos aprisiona. Eso no es bueno.
Reflexionó el Anacoreta y rascándose la barba añadió:
- Sí, eso es cierto. Pero el Principito acababa de visitar los asteroides de rey, del vanidoso, del borracho, del hombre de negocios... y se prendó del farolero. ¿Sabes por qué? Porque era el único que no se ocupaba solamente de él mismo. (Y también le envidiaba por que en su asteroide podía contemplar mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol y otros tantos amaneceres...)
Tras una pausa dijo:
- ¡Cuánta gente hay que haces tareas inútiles o tan sencillas que parecen inútiles...! Sin embargo son fieles a ellas porque son para los demás...
(Recuerdo cuando cuidaba a los abuelitos en Cambrils a uno de ellos que cada día regaba un parterre de césped con la manguera, para que todos gozáramos con su verdor. No se había dado cuenta de cada día se regaba por un sistema de aspersión. Era el césped más bonito de la casa. Y estoy convencido de que no era porque recibía más agua que los otros...porque aquel anciano depositaba cada día su amor por los demás en forma de agua...)
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