A media tarde, el nuevo discípulo se dirigió alegremente al encuentro del Anacoreta.
- Creo que ya he entendido qué es eso de "dejarse encontrar" por Dios. Es como el salvapantallas.
Aquél día, quien se quedó con cara de no entender nada fue el Anacoreta. La informática no era precisamente algo común en el desierto. Así que el discípulo se explicó:
- Mira. En un ordenador, cuando dejas de trabajar y no lo apagas, al poco rato la pantalla cambia de imagen y oculta, con el salvapantallas, lo que estabas haciendo. Mientras trabajas esta imagen no puede salir. Has de cesar la actividad en el ordenador.
El Anacoreta siguió mirando intrigado al discípulo. Este prosiguió:
- Dios es como el salvapantallas. Mientras nuestra mente está ocupada, aunque sea en su búsqueda, no puede aparecer. Necesitamos parar, hacer el silencio, para que Él pueda aparecer.
La cara del discípulo mostraba tal alegría, que el Anacoreta se puso a reir como hacía tiempo no hacía.
- Pues sí - dijo - la imagen es acertada; pero como todas las comparaciones no es totalmente exacta. ¡Ojalá fuese tan fácil! Pero ni Dios ni nosotros somos ordenadores. Cietamente hemos de hacer el silencio en nuestra mente, "dejar de trabajar", para que Él pueda hacerse presente. Pero nosotros tenemos que saber verlo. Y esto requiere mucha paciencia y constancia. Además , a veces, Dios se hace presente "por su ausencia".
Y rodeando sus hombros con el brazo le dijo:
- Pero ciertamente estás en el buen camino...
Y ambos se retiraron a sus cuevas.
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