Ciertamente aquella palmera daba más pena que sombra. Y lo que era peor, no daba dátiles. Únicamente servía para trenzar algún cesto o estera cada año. El Anacoreta venía observando que el discípulo miraba con malos ojos a la palmera.
Un día, el discípulo, se dirigió con decisión a él:
- Maestro, ¿por qué no cortamos esta palmera inútil? Apenas si da sombra, no tiene dátiles y con sus hojas pocas cosas podemos hacer. Tenemos que ir al oasis del oeste a recoger dátiles. ¿Por qué desperdiciar lapoca agua que tenemos con este árbol inútil? En su lugar podemos plantar otro más productivo.
El Anacoreta guardó silencio. Por un momento pareció que por su cara pasaba una nube de tristeza. Luego, mirándolo profundamente dijo:
- ¿Por qué llamas inútil a esta palmera? Es una palmera macho. Aquí, sola en medio del desierto, olvidada de todos, esparce su polen al viento y gracias a ella se fecundan las palmeras hembra del oasis para dar dátiles.
Se paró un momento, miró sonriendo a la palmera y añadió:
- ¡Cuántas personas tenidas por inútiles son sin embargo la causa de que otros vivan! Si llamas inútil a esta palmera, significa que no has entendido nada de nuestra vida en el desierto. ¿Acaso no somos inútiles a los ojos de los hombres? Sin embargo ellos están presentes en nuestro corazón, en nuestras oraciones, en nuestra vida...y, sin ellos saberlo, les ayudamos a vivir, a seguir adelante.
El discípulo bajó la cabeza avergonzado.
- Pero no te preocupes. Yo tardé mucho en darme cuenta de la importancia de esta palmera...
Y se retiró lentamente a su cueva.
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