En el desierto no abundan las plantas. Por eso el Anacoreta, aquel día, pasó mucho rato contemplando aquella pequeña flor de cinco pétalos. Recordó que el Principito hizo lo mismo y a la flor, le dijo que los hombres no tienen raíces y se dejan llevar por el viento de un lugar a otro...
El Anacoreta pasó mucho tiempo reflexionando. ¿Qué es mejor, tener raíces o no? ¿Permanecer siempre en la seguridad del mismo lugar o poder buscar incesantemente dudando de todo?
El camino más largo conduce al lugar en que nos encontramos. Buscamos fuera para acabar regresando siempre a nuestro interior.
Cuando al atardecer quiso regar aquella pequeña flor, el riguroso sol del desierto la había hecho desaparecer. Mientras el Anacoreta se retiraba a su cueva exclamó:
- Ni siquiera las raíces pueden impedir que partamos en busca de nosotros mismos...
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