Le hablaban al Anacoreta de personas famosas e importantes, de las que todo el mundo estaba pendiente. El Anacoreta escuchaba sin decir nada. Tras un rato de silencio miró a su alrededor. Se levantó y tomó dos piedras. Una era tosca, redondeada por el viento del desierto, o quizá, por las aguas que un lejano día corrieron por esos parajes. En definitiva, un pedrusco. La otra era una piedra de cuarzo rosado.
El Anacoreta preguntó a su interlocutor:
- ¿Cuál de las dos te parece mejor?
Sin dudarlo el hombre escogió el cuarzo rosa.
Sin abrir boca, el Anacoreta golpeó el pedrusco desechado contra una roca, hasta que se partió en dos. Lo que parecía un simple pedrusco era una magnífica geoda, llena de centenares de cristales que brillaron al sol.
Y con su sonrisa llwna de paz, dijo el Anacoreta:
- Los hombres buscamos que nos admiren, que nos ensalcen, que hablen bien de nosotros; por ello intentamos crearnos una buena imagen. Pero la grandeza real permanece oculta. Está en el interior de las personas. Es modesta, simple y discreta. Las grandes personas, artistas, santos, pensadores...han pasado desapercibidos en la vida. Hasta que alguien buscó en su interior. No os dejéis deslumbrar por las apariencias. Mirad en el interior de las personas...
El interlocutor dijo:
- Sí, ya lo sé. Está muy manido eso de que la belleza está en el interior...
El Anacoreta sonrió. Y mirándole a los ojos añadió:
- Ya, pero es que el valor de la persona está en saber hacer surgir en el otro lo que lleva en su interior...
Y levantándose se alejó a su soledad...
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