Aquel joven llegó ante la cueva del Anacoreta en un todoterreno. De hecho, hacía rato que el discípulo veía acercarse algo a toda velocidad levantando una gran polvareda. Pidió hablar inmediatamente con el Anacoreta porque tenía mucha prisa. Pero este tardó varias horas en salir de su cueva.
El joven se quejó, porque era una persona muy ocupada. Precisamente ese era su problema. Enseñó al anciano una agenda llena de mil y un compromiso. Le explicó su vida, llena de muchas actividades. Pero...,se aburría solemnemente. No encontraba sentido a nada.
El Anacoreta lo miró lárgamente con su sonrisa habitual. Luego dijo:
- Hijo mío. No hay nada más extremadamente aburrido, que la vida absurda. No estás ocupado, estás ajetreado. Y eso es muy aburrido..., no puedes disfrutar de lo que haces.
El joven le miraba sin comprender. El solitario añadió:
- Te he hecho esperar tres horas a propósito. ¿En qué has pensado durante ese rato?
El joven respondió con rapidez:
- En que estaba perdiendo el tiempo. En la cantidad de cosas que todavía tengo por hacer.
- Y, ¿qué has ganado?. Ponerte nervioso. Mientras tú esperabas, yo escuchaba a Dios. Él me indicaba lo que tenía que decirte...No hagas tantas cosas y aprende a escuchar a Dios.
- Pero - objetó el joven - yo no soy demasiado creyente...
- Escuchar a Dios - le explicó el Anacoreta - es escuchar la vida. Los sonidos de la naturaleza, si, pero sobre todo, escuchar a los hombres...No sus palabras, sino sus miradas , sus gestos...sus necesidades.
El joven comprendió lo que el contemplativo quería decirle y bajó su mirada.
Al despedirlo el Anacoreta le dijo:
- Pero ten paciencia. Desarrollar unos oídos para oír a Dios, lleva tiempo.
Y el joven partió con su todoterreno a mucha menos velocidad de la que llegó...
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