El Anacoreta llevaba varios días observando a su discípulo. Lo veía inquieto, nervioso, agitado. Cambiaba de actividad continuamente y no era capaz de meditar tanto tiempo como antes. Después de rezar Visperas, cuando el sol se ocultaba tras el horizonte y teñía de rojo todo el desierto, mientras preparaban su frugal cena, aprovechó el Anacoreta para preguntarle:
-¿Qué te pasa? Te noto inquieto últimamente.
El discípulo suspiró como si esperase ya algunos días esta pregunta.
- Tengo la sensación de que estoy perdiendo el tiempo. Hay tantas cosas por hacer...y yo estoy sin hacer nada en este rincón apartado del desierto.
El Anacoreta también suspiró como si esperase esta respuesta. Guardó unos instantes de silencio mientras removía las verduras que había en el puchero. Luego, lentamente, dijo:
- ¿Qué es perder el tiempo? Esta es la pregunta que no sabemos responder en nuestros días. Creemos que aprovechar el tiempo es hacer muchas cosas, cuando, casi siempre, lo estamos perdiendo en hacer muchas cosas inútiles. La vida no es una carrera, una competición. No se trata de correr más, de hacer más, de vencer al otro... Se trata de hacer lo que hay que hacer.
Guardó silencio mientras escurría el agua de la verdura. Luego prosiguió:
- La vida se asemeja más al tiro al blanco. Lo único importante es encontrar el centro, dar en la diana. Todo el tiempo que empleamos en buscar ese centro no es vida malgastada, sino aprovechada. Aunque empleemos toda nuestra vida en buscar ese centro...
Y sonriendo, repartió las verduras en dos escudillas y bendijo la mesa.
La vida se asemeja más al tiro al blanco. Lo único importante es encontrar el centro, dar en la diana. Todo el tiempo que empleamos en buscar ese centro no es vida malgastada, sino aprovechada. Aunque empleemos toda nuestra vida en buscar ese centro...
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