En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros.
Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: "Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía.
Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse.
Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea.
A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más.
Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones."
Jesús habla aquí de la levadura de los fariseos: la hipocresía. Nosotros debemos ser levadura, pero levadura del bien. Levadura que hace crecer el Reino a nuestro alrededor. Llevar la Palabra a los demás y entregarse, amar a todo el mundo. Esa es la buena levadura.
"Hoy podríamos reconocer la confianza que nos da sabernos en manos de Dios; pero ¿realmente es quien sostiene nuestra vida o son nuestras seguridades? De este modo podría entenderse la predestinación de la que habla Pablo. Somos criaturas llamadas y amadas desde siempre para estar con Él y tener vida digna y compartida. Este es el sentir del evangelio cuando nos invita a no tener miedo, porque ante Dios somos valiosos y nuestro peregrinar terrenal no está sólo en pasarla bien, sino en hacer el bien. En Cristo somos constantemente liberados de la esclavitud del pecado, que es egoísta y deshumanizador. Sin embargo, Jesús nos advierte de no caer en la hipocresía, porque podemos afirmar de una relación especialísima con Dios en lo secreto y vivir maltratando y despreciando a aquellas personas con quienes convivimos. La experiencia del Dios es siempre reciprocidad amorosa con el prójimo. ¿Es tu vida signo del amor y ternura de Dios para con los demás? " (Koinonía)
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