"Habéis oído que antes se dijo: ‘No cometas adulterio.’
Pero yo os digo que cualquiera que mira con codicia a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Por tanto, si tu ojo derecho te hace caer en
pecado, sácalo y échalo lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte
del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado,
córtala y échala lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del
cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
También se dijo: ‘Cualquiera que se separe de su esposa deberá darle un certificado de separación.’
Pero yo os digo que todo aquel que se separa de su esposa, a no ser en caso de inmoralidad sexual, la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una mujer separada también comete adulterio."
El telón de fondo del texto de hoy es el respeto a la mujer.
Empieza dejando claro que ella no es un objeto que se pueda codiciar. Es una persona que debe ser amada. Las imágenes de arrancarse ojos y manos son exageraciones literarias orientales. De lo que se trata es de eliminar de nosotros todo aquello que nos lleva al mal.
Sobre el divorcio, la ley judía, si leemos Dt 24, 1, era totalmente machista. Era el hombre el que, si encontraba en la mujer algo que no le gustaba, podía darle el certificado de separación, podía repudiarla. Jesús vuelve a colocar el amor en el centro del matrimonio y recupera la dignidad de la mujer.
La pregunta que podemos hacernos, en unos tiempos en que el divorcio es tan habitual es: ¿Es el verdadero amor el que lleva al matrimonio, o es sólo el deseo?
És l'amor el que perviu... Pare Nostre.
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