"El reino de los cielos se puede comparar al dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viña. Acordó con ellos pagarles el salario de un día y los mandó a trabajar a su viña. Volvió a salir sobre las nueve de la mañana y vio a otros que estaban en la plaza, desocupados. Les dijo:
- Id también vosotros a trabajar a mi viña. Os daré lo que sea justo.
Y ellos fueron. El dueño salió de nuevo hacia el mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco de la tardee volvió a la plaza y encontró a otros desocupados. Les preguntó:
- ¿Por qué estáis aquí todo el día, sin trabajar?
Le contestaron:
- Porque nadie nos ha contratado.
Entonces les dijo:
- Id también vosotros a trabajar a mi viña.
Cuando llegó la noche, el dueño dijo al encargado del trabajo:
- Llama a los trabajadores, y págalesf empezando por los últimos y terminando por los primeros. Se presentaron, pues, los que habían entrado a
trabajar alrededor de las cinco de la tarde, y cada uno recibió el
salario completo de un día. Cuando les tocó el turno a los que habían
entrado primero, pensaron que recibirían más; pero cada uno de ellos
recibió también el salario de un día. Al cobrarlo, comenzaron a murmurar contra el dueño. Decían:
- A estos, que llegaron al final y
trabajaron solamente una hora, les has pagado igual que a nosotros, que
hemos soportado el trabajo y el calor de todo el día. Pero el dueño contestó a uno de ellos:
- Amigo,
no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no acordaste conmigo recibir
el salario de un día? Pues toma tu paga y vete. Si a mí me parece bien dar a este que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O quizá te da envidia el que yo sea bondadoso?’
De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos."
En esta parábola queda claro que la justicia de Dios no es nuestra justicia. Para nosotros son nuestras obras, las que señalan nuestra retribución. La justicia de Dios, en cambio, es una justicia misericordiosa. Para Él, todos somos hijos únicos. El dueño de la viña, recluta a los últimos trabajadores, no porque los necesita, sino porque nadie les da trabajo y se quedarán sin paga.
Una lección clara de esta parábola es, que no debemos ser cumplidores por tener una paga. Si rezamos, cumplimos los mandamientos, recibimos los sacramentos, para ser recompensados, nos llevaremos una sorpresa. Aquellos que habrán pasado su vida lejos de Dios, Él los llamará en el último momento y recibirán lo mismo que nosotros. Todos somos hijos de Dios, y Él no tiene hijos predilectos. Todos somos sus preferidos.
Adorar i confiar...Pare Nostre, Gràcies.
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