"Al oir esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús:
– ¡Dichoso el que tenga parte en el banquete del reino de Dios!
Jesús le dijo:
– Un hombre dio una gran cena e invitó a muchos. A la hora de la cena envió a su criado a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado.’ Pero ellos comenzaron a una a excusarse. El primero dijo: ‘Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.’ Otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y he de probarlas. Te ruego que me disculpes.’ Y otro dijo: ‘No puedo ir, porque acabo de casarme.’ El criado regresó y se lo contó todo a su amo. Entonces el amo, indignado, dijo a su criado: ‘Sal en seguida a las calles y callejas de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los ciegos y a los cojos.’ Volvió el criado, diciendo: ‘Señor, he hecho lo que me mandaste y aún queda sitio.’ Y el amo le contestó: ‘Ve por los caminos y cercados y obliga a otros a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos primeros invitados comerá de mi cena.’"
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Si no participamos del banquete, es porque nos habremos querido. Nos habremos inventado mil excusas. El Banquete será el de los pobres. El de aquellos que no tienen nada. El de los despreciados, olvidados, abandonados. Sólo cuando no tenemos nada, es cuando somos capaces de escuchar la voz de Dios. "Quiénes son los predilectos del Reino? Fácilmente podríamos decir que
todos. Sin embargo en la lectura de hoy hay una opción muy clara por los
empobrecidos y excluidos no por su condición en sí misma, sino porque son
los que escuchan la invitación del Señor. Los demás, apegados a sus “bienes”
o “ídolos” del poder y poseer deciden rechazar la invitación del Señor. El
rico tiene sus apegos. El pobre no tiene apegos por eso le es más fácil
aceptar la invitación sin poner condiciones. Escuchemos una vez más al Papa
Francisco: “La pobreza es una actitud del corazón que nos impide
considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición
para la felicidad…”. Es la pobreza la que nos hace confiar en plenamente
en Dios, sostenidos por su gracia. Qué interesante que en nuestras
comunidades de base, asambleas bíblicas, equipos de catequesis o misioneros
hagamos siempre este discernimiento: ¿Hemos escuchado el llamado del Señor y
hemos sido capaces de renunciar a nuestros apegos para participar libremente
en la propuesta de Jesús?" (Koinonía)
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