"Después acudieron algunos saduceos a ver a Jesús. Los saduceos niegan que haya resurrección de los muertos, y por eso le plantearon este caso:
– Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió. Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
Jesús les contestó:
– En este mundo, los hombres y las mujeres se casan; pero los que merezcan llegar a aquel otro mundo y resucitar, sean hombres o mujeres, ya no se casarán, puesto que ya tampoco podrán morir. Serán como los ángeles, y serán hijos de Dios por haber resucitado. Hasta el mismo Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!"
"La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los tiempos actuales. También nosotros, como la sociedad culta que actualmente somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto del cuerpo), lo que sería el «juicio particular», el «juicio universal», el purgatorio (si no el limbo, que fue oficialmente «cerrado» por la Comisión Teológica Internacional del Vaticano hace unos pocos años), el cielo y el infierno (¡!)...
La teología (o simplemente la imaginería) cristiana,
tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todos estos temas. Creía saber
casi todo respecto al más allá, y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de
medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o
simplemente con «sentido común actualizado») se ruborizan de haber creído
semejantes cosas, y se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús,
contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan
fantasiosa, y para más inri, tan segura de sí misma. De hecho, en el ambiente
general del cristianismo, se puede escuchar hoy día un prudente silencio sobre
estos temas, otrora tan vivos y hasta tan discutidos. En el acompañamiento a las
personas con expectativas próximas de muerte, o en las celebraciones en torno a
la muerte, no hablamos ya de la muerte ni de la suerte de los difuntos de la
misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente en
la cultura moderna, que nos hace sentir pudorosamente la necesidad de no repetir
ya lo que nos fue dicho, sino de revisar y repensar con más continencia lo que
podemos decir/saber/esperar.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice a
nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando...». Qué sea el contenido real
de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección», no es algo que se pueda
describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que
expresa un misterio que apenas podemos intuir, pero no concretar. Una
resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea
espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos
formados hace tiempo), hoy no parece sostenible, críticamente hablando.
Tal vez nos vendría bien a nosotros una sacudida como la
que dio Jesús a los saduceos. Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe
en la resurrección y con ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos
un serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje en torno la resurrección y por
poner por delante, modesta y pudorosamente, su carácter mistérico." (Koinonía)
¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!"
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