Un amigo enseñó al Anacoreta y su discípulo unas imágenes de un artista en la que se representaba a Jesús como una mujer, o en situaciones que poco tenían que ver con el Evangelio.
Movió la cabeza el Anacoreta y dijo:
- No hay que llegar a los extremos de condenar a muerte a quien se burla de los símbolos religiosos como se hizo en otro tiempo, y se sigue haciendo en algunos lugares. Pero los que, bajo una falsa idea de libertad de expresión, destruyen los símbolos, sean cuales sean, habría que hacerles ver que, aquel que destruye los símbolos, no es una "cosa" lo que destruye. Estan pisoteando los sentimientos y los ideales a los que han dedicado su vida los demás. Y eso no tiene justificación. Discutir, expresar nuestras ideas, no es lo mismo que burlarse y pisotear a los demás...
Aquel visitante se quejaba de que por mucho que rezaba, Dios nunca le concedía nada.
- He llegado a la conclusión de que Dios no existe.
Lo miró el Anacoreta con tristeza y le dijo:
- había una vez un ateo que se paseaba por el campo. Sobre una rama vio un precioso pájaro y exclamó: "Dios, si existes, haz que este pájaro se pose en mi mano." Al cabo de un rato el pájaro se puso a volar y lo hizo en dirección contraria al ateo. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de aquel ateo, que exclamó: "¡Ahora sé que existes! Porque has hecho lo contrario de lo que te he pedido."
Miró el Anacoreta profundamente a los ojos del visitante y le dijo:
- Queremos hacer de Dios un ídolo que podemos mover a nuestro antojo como una marioneta...Pensamos que Dios puede hacer nuestra voluntad porque rezamos, quemamos incienso o hacemos penitencia...Pedimos a Dios que nos libere de las dificultades y no nos damos cuenta de que la dificultad era precisamente el camino para encontrar a Dios... Cuando reces pide, pero di: "Hágase Señor tu voluntad...."
"Un hombre llamado Lázaro había caído enfermo. Era natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta.Esta María, hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos.Así que las dos hermanas enviaron a decir a Jesús:
– Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús dijo al oirlo:
– Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios y también la gloria del Hijo de Dios.
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro;sin embargo, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba.Después dijo a sus discípulos:
– Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le contestaron:
– Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?
Jesús les dijo:
– ¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues bien, si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;pero si uno anda de noche tropieza, porque le falta la luz.
Después añadió:
– Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle.
Los discípulos le dijeron:
– Señor, si se ha dormido es señal de que va a sanar.
Pero lo que Jesús decía era que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural.Entonces Jesús les habló claramente:
– Lázaro ha muerto.Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para vosotros, para que creáis. Pero vayamos a verle.
Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos:
– Vayamos también nosotros, para morir con él.
Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro.Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros,y muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano.Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa.Marta dijo a Jesús:
– Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.Pero aun ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas.
Jesús le contestó:
– Tu hermano volverá a vivir.
Marta le dijo:
– Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.
Jesús le dijo entonces:
– Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto?
Ella le dijo:
– Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Después de esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo en secreto:
– El Maestro está aquí y te llama.
En cuanto María lo oyó, se levantó y fue a ver a Jesús;pero Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que permanecía en el lugar donde Marta había ido a encontrarle.Al ver que María se levantaba y salía de prisa, los judíos que habían ido a consolarla a la casa, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo:
– Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se sintió profundamente triste y conmovido,y les preguntó:
– ¿Dónde lo habéis sepultado?
Le dijeron:
– Señor, ven a verlo.
Y Jesús lloró.Los judíos dijeron entonces:
– ¡Mirad cuánto le quería!
Pero algunos decían:
– Este, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriese?
Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva que tenía la entrada tapada con una piedra.Jesús dijo:
- Quitad la piedra.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
– Señor, seguramente huele mal, porque hace cuatro días que murió.
Jesús le contestó:
– ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo:
– Padre, te doy gracias porque me has escuchado.Yo sé que siempre me escuchas, pero digo esto por el bien de los que están aquí, para que crean que tú me has enviado.
Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte:
– ¡Lázaro, sal de ahí!
Y el muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y envuelta la cara en un lienzo. Jesús les dijo:
– Desatadlo y dejadle ir."
"El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre....
Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto... pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).
En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final." (Koinonía)
Mientras el Anacoreta vigilaba las acelgas que se cocían en el caldero le dijo al discípulo:
- La mayoría de las personas que vienen aquí en busca de su meta, si se hubiesen quedado donde estaban, si hubiesen hecho una parada en su vida cotidiana...se habrían evitado el viaje.
Destapó la olla, dio unas vueltas a las acelgas y prosiguió:
- Les pasa como a aquel señor que estaba en una parada de autobús. Pasaban autobuses con sus letreros indicando su destino: Rioseco, Riofrío, Riosucio, Riorojo...pero el de Riogrande, que era su destino, no pasaba. Cansado ya de esperar, preguntó a la gente que hacía cola: '¿Alguien sabe cuándo pasa el autobús para Riogrande?'. Lo miraron extrañados y le dijeron: 'Perdone. Esta es la parada de Riogrande. Usted ya está en Riogrande'.
Miró al discípulo que reía y añadió:
- Contemplar deteniéndose, es darse cuenta de que ya estamos en nuestra meta. Porque de lo que se trata no es de ir hacia la meta, sino dejarse alcanzar por ella...
Y retiró la olla de acelgas del fuego, porque ya estaban cocidas...
El Anacoreta y su joven discípulo hablaban sobre la liturgia, sentados bajo la palmera. Decía el Solitario:
- Otra cosa que aparta a los hombres de la liturgia, es que ya no vivimos el ciclo de los tiempos. Meditar siguiendo la liturgia, es meditar siguiendo el tiempo. Piensa que los monjes establecieron el Oficio siguiendo las estaciones y la posición del sol. Navidad es cuando el sol empieza a elevarse sobre el horizonte. Pascua coincide con la luna del inicio de la primavera... Es un ciclo, un recorrer el camino volviendo al inicio, como hace la naturaleza cada año con las cuatro estaciones.
Miró el discípulo al anciano y le preguntó:
- ¿Para qué tanto rodeo si volvemos al punto de partida?
Sonrió el Anacoreta y se explicó:
- Porque los humanos somos así. Hemos de pasar por el extravío y la ilusión, para acceder, desengañándonos, a la iluminación. Necesitamos recomenzar. Los budistas te lo explicarán con la historia del boyero y el buey. Las etapas del camino de la iluminación, hacia la unión con Dios diremos nosotros los cristianos, sólo acaba cuando nos damos cuenta de que Dios ya estaba junto a nosotros cuando iniciamos el camino...
Guardó un tiempo de silencio y luego añadió:
- El día que comprendamos que el Cristo resucitado somos nosotros. Que el amor de Dios que está esperando la humanidad es nuestro amor...lo habremos entendido todo. Mientras tanto, hemos de recomenzar cada día.
Y guardó silencio mientras sonreía mirando el horizonte...
Era un hombre muy activo, apostólico...nunca paraba. Por eso le echó en cara al Anacoreta, de qué le servía perder el tiempo en la Contemplación, cuando había tanto que hacer en la Viña del Señor.
No contestó inmediatamente el Solitario. Al cabo de un rato dijo:
- No creas que la verdadera meditación sea pasiva. En realidad nos da lucidez y nos hace salir hacia
el otro liberadoramente.
Hizo una larga pausa y añadió:
- ¿Cuántas veces en tus acciones te has dado cuenta a medio camino que ibas en dirección equivocada? Mira, la Contemplación verdadera te permite ocho cosas:
. Ver adecuadamente. Mirar al mundo y a las cosas sin prejuicios, tal cual son...
. Hablar adecuadamente. Sin mentir, ni injuriar, ni insultar, ni exagerar.
. Pensar adecuadamente. Nos libra de nuestro pensar dominador y manipulador. Hace que no nos centremos en el yo.
. Actuar adecuadamente. Sin oprimir, ni ofender, ni manipular...
. Vivir adecuadamente. Dando a las cosas el valor real que tienen. Sin acumular.
. Esfuerzo adecuado. En aquello que vale realmente la pena. En ser cada día mejores, más Humanos...
. Atención adecuada. En vez de dispersarnos, nos conducirá a vivir el momento presente. A descubrir lo bello del instante.
. Concentración adecuada. Dejarse penetrar por lo importante, por Dios y dejar todo lo accesorio.
Aquel hombre marchó pensativo a su casa. Y el discípulo preguntó a su maestro:
- ¿De dónde has sacado esos ocho puntos tan sabios? Me suenan, pero no acabo de saber de qué.
Rio el Anacoreta y respondió:
- Hijo mío. Es el óctuple camino del budismo... Y viendo la cara de escándalo del joven, añadió: - ¡Ay! ¿Por qué no nos fijamos en aquello que nos une y no en las diferencias?
El joven seguidor se quejaba de que intentaba meditar cada día, pero las distracciones no le abandonaban. A lo más que llegaba, en vez de contemplar, era a darle vueltas a una idea, a razonar sobre ella.
Le preguntó el Anacoreta:
- ¿Cuánto tiempo empleas en la preparación?
- Cinco minutos - contestó el joven - Así me quedan 25 para meditar.
Lo miró con simpatía el solitario y le dijo:
- Así te quedan 25 minutos para distraerte, para que tu cabeza se llene de mariposillas revoloteando...Si empleas veinte minutos para la preparación, te quedaran diez para la Contemplación que te parecerán eternos...Busca un lugar tranquilo. Toma una postura que te ayude a la vez a estar relajado y a concentrarte. Luego fíjate un rato en la respiración. Hazla pausada, dándote cuenta de cómo el aire penetra en tus pulmones y luego sale de ellos. Empieza a recorrer tu cuerpo relajando cada una de sus partes...Cuando te sientas relajado y no sientas tus músculos, entonces empieza tu contemplación: una frase el evangelio que irás repitiendo, una escena que observarás, un sentimiento...pero sin razonar, contemplándolo...
Miró al joven que escuchaba con atención:
- Al principio no será fácil. Si te vienen distracciones no luches contra ellas, simplemente déjalas de lado. Verás cómo progresas así...
- Escucha que cosa más interesante he encontrado en los escritos del sufí Ibn Abbad. Le dijo a un novicio: "Evita tres clases de maestros. Los que sólo se estiman a sí mismos, pues su autoestima es pura ceguera; los que sólo aprecian las novedades, pues sus opiniones no tienen sentido; y los que sólo estiman lo establecido, pues sus mente son celdillas de hielo".
Rodeó con su brazo los hombros del joven y añadió:
- He aquí tres defectos en los que todos debemos evitar caer: creer que siempre tenemos razón. Buscar lo nuevo simplemente porque es nuevo. Anclarnos en los establecido sin querer avanzar...
Aquel día el Anacoreta y su discípulo pasaron la mañana cavando en su huerto. En un momento de descanso le dijo al discípulo:
- Si la tierra pudiera gritaría, sin embargo, gracias a que la cavamos, la removemos, la golpeamos...luego podrá dar fruto.
Miró al discípulo a los ojos y añadió:
- Lo mismo pasa con nuestro corazón. Nos quejamos de los golpes que nos da la vida y no nos damos cuenta, que gracias a ellos, después podemos dar fruto. En la Biblia leemos: "Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón". Dios nos habla con los hechos de la vida. Si entendiéramos esto, sacaríamos más provecho de los omentos duros de la vida. Las dificultades, los problemas...nos ayudan a crecer y a ser mejores.
"Yendo de camino vio Jesús a un hombre que había nacido ciego.Los discípulos le preguntaron:
– Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?
Jesús les contestó:
– Ni por su propio pecado ni por el de sus padres, sino para que en él se demuestre el poder de Dios.Mientras es de día tenemos que hacer el trabajo que nos ha encargado el que me envió; luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar.Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y untó con él los ojos del ciego. Luego le dijo:
– Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: “Enviado”).
El ciego fue y se lavó, y al regresar ya veía.Los vecinos y los que otras veces le habían visto pedir limosna se preguntaban:
– ¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?
Unos decían:
– Sí, es él.
Y otros:
– No, no es él, aunque se le parece.
Pero él decía:
– Sí, soy yo.
Le preguntaron:
– ¿Y cómo es que ahora puedes ver? – Él contestó:
– Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé y lávate.' Yo fui, me lavé y comencé a ver.
Unos le preguntaron:
– ¿Dónde está ese hombre?
Él respondió:
– No lo sé.
Los fariseos interrogan al ciego sanado por Jesús. El día en que Jesús hizo lodo y dio la vista al ciego, era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego,y ellos le preguntaron cómo era que podía ver. Les contestó:
– Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y ahora veo.
Algunos fariseos dijeron:
– El que hizo eso no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado.
Pero otros decían:
– ¿Cómo puede alguien, siendo pecador, hacer esas señales milagrosas?
De manera que estaban divididos.Volvieron a preguntar al que había sido ciego:
– Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices tú de ese hombre?
–Yo digo que es un profeta – contestó.
Pero los judíos no quisieron creer que se trataba del mismo ciego, que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padresy les preguntaron:
– ¿Es este vuestro hijo? ¿Decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
– Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego, pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.
Sus padres dijeron esto por miedo, porque los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús como el Mesías.Por eso dijeron sus padres: “Ya es mayor de edad; preguntádselo a él.”
Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego y le dijeron:
– Reconoce la verdad delante de Dios: nosotros sabemos que ese hombre es pecador.
Él les contestó:
– Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
Volvieron a preguntarle:
– ¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista?
Les contestó:
– Ya os lo he dicho, pero no me hacéis caso. ¿Para qué queréis que lo repita? ¿Es que también vosotros queréis seguirle?
Entonces le insultaron y le dijeron:
– ¡Tú sigues a ese hombre, pero nosotros seguimos a Moisés!Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero ese ni siquiera sabemos de dónde ha salido.
El hombre les contestó:
– ¡Qué cosa tan rara, que vosotros no sabéis de dónde ha salido y a mí me ha dado la vista!Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino solamente a quienes le adoran y hacen su voluntad.Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a un ciego de nacimiento:si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.
Le dijeron entonces:
– Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron de la sinagoga.
Jesús se enteró de que habían expulsado de la sinagoga a aquel ciego. Cuando se encontró con él le preguntó:
– ¿Tú crees en el Hijo del hombre?
Él le dijo:
– Señor, dime quién es, para que crea en él.
Le contestó Jesús:
– Ya le has visto. Soy yo, con quien estás hablando.
El hombre le respondió:
– Creo, Señor – y se puso de rodillas delante de él.
Dijo Jesús:
– Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y los que ven se vuelvan ciegos.
Al oir esto, algunos fariseos que estaban reunidos con él le preguntaron:
– ¿Acaso nosotros también somos ciegos?
Jesús les contestó:
– Si fuerais ciegos, no tendríais la culpa de vuestros pecados; pero como decís que veis, sois culpables."
Jesús nos enseña una nueva forma de ver. Donde unos ven una pandemia, una ocasión política, un problema económico...Jesús nos hace ver que no somos nada si no somos solidarios, si no sabemos ayudar a los demás, si no sabemos actuar unidos.
"En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos guardaban de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado... Ese es el mensaje que Juan elabora y nos quiere transmitir narrando un drama «teológico» –como es su estilo– más que afirmando proposiciones abstractas, como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega.
Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.
No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama judío... Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología que los siglos subsiguientes volcaron sobre el tema, es un añadido cultural, occidental, griego. Para el caso, sobra. Sobra para quien quiere creer, porque no está obligado a creer metafísica, sino sólo a establecer su relación con Jesús..." (Koinonía)
Como siempre, el Anacoreta y su discípulo, meditaban el Evangelio. Y el Anacoreta dijo:
- ¿Sabes lo que más me llama la atención de los relatos de las apariciones de Jesús después de la Resurrección? - Y sin esperar la respuesta de su discípulo siguió - Que aquello que siempre hace es mostrar sus llagas...
Viendo que el discípulo no decía nada, añadió:
- Nos está diciendo que esta será la forma de reconocerlo... Todas las personas que están marcadas por el sufrimiento, por la opresión, las injusticias, aunque no sean conscientes de ello, son, han de ser para nosotros, la presencia viva de Jesús en este mundo...Y si no lo vemos así, si nos quedamos con un Jesús etéreo, desencarnado...nos estamos equivocando plenamente.
Al principio, cuando el Anacoreta hacía reír al discípulo durante las comidas, le pareció poco serio, pero se acostumbró. Pero lo realmente extraño era, que cuando recibía visitas serias, también oía reír dentro de la cueva. Por eso preguntó:
- Maestro, ¿por qué ríes tanto? Vienen a consultarte sobre sus problemas y acabáis riendo.
Sonrió ampliamente el Solitario y le respondió:
- El humor y la risa es la mejor medicina para el alma. Un alma triste nunca será capaz de darse ni de analizar con paz sus problemas. Saberse reír de los problemas es adelantar mucho en su solución. Y no te cuento nada de los beneficios físicos de la risa...Sí. Hazme caso. Ríe.
Y mientras se retiraban a sus cuevas , el Anacoreta le contó aquella historia de los tres solitarios que se reunían una vez al año. El primer año pasó ante ellos un caballo. Al año siguiente uno de los solitarios dijo: "Mirad, un caballo marrón". Al año siguiente el segundo solitario dijo: "No es marrón, es bayo". Y al cuarto año, el solitario que quedaba dijo: "Si os váis a pasar todo el rato hablando, yo no vendré más".
Como era Cuaresma, Los Solitarios meditaban el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. El Anacoreta comentó:
- La Iglesia sigue sufriendo las mismas tentaciones: Olvidarse de buscar el Reino de Dios y buscar la satisfacción de sus intereses. Poner a Dios a su servicio y estar más preocupada por su imagen y su gloria que por anunciar a Jesús. Intentar dominar, buscar poder en la sociedad, en vez de repartir amor a manos llenas y anunciar la Buena Nueva...
Guardó un momento de silencio.
- Pero para nosotros, hoy hay tres tentaciones más peligrosas: Pensar en los obispos y curas cuando hablamos de Iglesia y olvidar que NOSOTROS somos Iglesia. Confundir Jerarquía con Iglesia. Utilizar la Jerarquía y la historia, a veces mediatizada, como excusa para mantenernos a un lado y no hacer nada. Como meditábamos el otro día, despreciar el agua cristalina porque el vaso está sucio. No ver la multitud de misioneros, curas, religiosos, laicos, que han luchado y luchan por mejorar el mundo. No ver a los cristianos anónimos que viven calladamente fieles al Evangelio. No ver a las viejecitas que depositan en la urna todo lo que tienen...
Volvió a guardar silencio y pasando el brazo por la espalda del discípulo añadió:
- Ser cristiano no es fácil. Por eso, consciente o inconscientemente, siempre buscamos excusas para desentendernos. Tenemos cuarenta días para ser auténticos Cristianos - y en voz baja le dijo - aunque a veces sea a pesar de la Jerarquía. Y si no lo conseguimos, pues a seguir luchando. Él está junto a nosotros...
El discípulo sabía que al Anacoreta le encantaba el libro El Principito. Por eso no se extraño cuando un día le oyó decir:
- En la vida hay muchos faroleros encantadores. El Pequeño Príncipe lo encontró en el quinto asteroide. El más pequeño de todos. Tan pequeño, que el día sólo duraba un minuto y el farolero tenía que pasarse la vida apagando y encendiendo el farol sin tiempo para más. Todo porque era su deber...
El discípulo meneó la cabeza:
- A veces el deber nos aprisiona. Eso no es bueno.
Reflexionó el Anacoreta y rascándose la barba añadió:
- Sí, eso es cierto. Pero el Principito acababa de visitar los asteroides de rey, del vanidoso, del borracho, del hombre de negocios... y se prendó del farolero. ¿Sabes por qué? Porque era el único que no se ocupaba solamente de él mismo. (Y también le envidiaba por que en su asteroide podía contemplar mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol y otros tantos amaneceres...)
Tras una pausa dijo:
- ¡Cuánta gente hay que haces tareas inútiles o tan sencillas que parecen inútiles...! Sin embargo son fieles a ellas porque son para los demás...
(Recuerdo cuando cuidaba a los abuelitos en Cambrils a uno de ellos que cada día regaba un parterre de césped con la manguera, para que todos gozáramos con su verdor. No se había dado cuenta de cada día se regaba por un sistema de aspersión. Era el césped más bonito de la casa. Y estoy convencido de que no era porque recibía más agua que los otros...porque aquel anciano depositaba cada día su amor por los demás en forma de agua...)