En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo."
La expresión “no tengáis miedo” es el centro de estos versículos. No tener miedo porque ante la persecución, el consuelo es saber que también el Maestro, el “dueño de la casa” pasó por este trago amargo de la persecución. En el código del reino, que es código de felicidad, la última de las Bienaventuranzas, pertenece a los perseguidos por causa de la justicia. Es porque el discípulo de Jesús tiene asegurada la defensa de un abogado único ante el tribunal de Dios, Jesús. Si los discípulos han defendido sus causas, las de Jesús, las del Evangelio en el mundo, estos mensajeros tienen asegurada la defensa ante el tribunal definitivo de la historia humana. Pero qué triste sería si los mensajeros del evangelio en vez de tener miedo a los poderes del mundo, van por el mundo sembrando miedo ante el pueblo sencillo, por sus amenazas de un Dios enojado, por miedo al castigo, algo que hemos sembrado demasiado en las catequesis al pueblo de Dios, entonces tendremos que examinarnos porque no estamos anunciando de verdad el evangelio.
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