En aquel tiempo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."
"Los discursos de Jesús no fueron en las escuelas de israel, en el templo o frente los grandes maestros, sino en las casas, en los caminos, al lado de los sencillos y pobres. Porque Dios no se fija en títulos y honores, en sabios y entendidos, para revelarse sino solo a los sencillos del mundo. Lo mismo le sucede a Moisés, Dios mismo se le revela en la sencillez de la zarza. Ahí, en medio del desierto y en la soledad de la vida pastoril, no en la urbe de las grandes transnacionales, se gestará el proyecto de la liberación de la esclavitud en el que Dios mismo actuará. Moises no huye de la misión, se compromete y ofrece lo mejor que puede dar. Cómo se nos parece a los grandes hombres y mujeres, a Monseñor Romero, que en lugar de huir de las amenazas, se metió de lleno a ofrecer su vida como ofrenda. ¿Contemplando a Dios en la zarza ardiente, cómo nos comprometemos con su obra en favor de los pobres y sencillos?" (Koinonía)
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