En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
"Hemos llegado al último día del año y es el momento oportuno para agradecer al Dios de la vida, de la historia y del tiempo, todas las experiencias vividas durante este tiempo. Es el momento de evaluar y asumir que todo, cuanto hemos vivido, ha sido un regalo de Dios, sin merecerlo. No podemos olvidar que nos encontramos en este mundo tan ambivalente, lleno de signos de muerte, pero también repleto de signos de vida, de alegría, de encarnación y resurrección. Es en esta realidad tan compleja, donde el misterio de la Navidad vuelve a aparecer como un gran llamado que nos encamina, hacia la dignidad humana querida por Dios. La Navidad nos conduce a la Epifanía. Y entre estas dos grandes columnas de la revelación cristiana, Dios sigue apostando por la vida en abundancia para todos sus hijos e hijas. Que todo el camino recorrido durante este año, nos haga mucho más conscientes, para asumir nuestra dignidad y nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más justo y más humano. ¡Feliz año nuevo 2022!" (Koinonía)
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