De allí pasó Jesús a la región de Tiro. Entró en una casa sin querer que se supiera, pero no pudo ocultarlo. Pronto supo de él la madre de una muchacha que tenía un espíritu impuro; y fue y se arrodilló a los pies de Jesús. Era una mujer extranjera, de nacionalidad sirofenicia. Fue, pues, y rogó a Jesús que expulsara de su hija al demonio; pero Jesús le dijo:
– Deja que los hijos coman primero, porque no está bien quitar el pan a los hijos y dárselo a los perros.
– Sí, Señor – respondió ella –, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos.
Jesús le dijo:
– Bien has hablado. Puedes irte: el demonio ya ha salido de tu hija.
Cuando la mujer llegó a su casa encontró a la niña en la cama; el demonio ya había salido de ella.
Esta mujer sirofenícia nos sorprende con su gran Fe. Una Fe llena de confianza. Estaba convencida de que Jesús podía sanar a su hija.
Una Fe perseverante. Aunque Jesús parece desanimarla rechazándola por no ser judía, ella sigue confiando y pidiendo la curación de su hija.
Una Fe humilde. Ella se sabe nada. Un perrito que come las migas que caen de la mesa donde come la gente importante.
Son precisamente las tres cualidades que San Francisco de Sales dijo que debía tener la Fe: confianza, perseverancia y humildad.
Por ello, la mujer, no sólo consigue la curación de su hija, sino el elogio de Jesús: ¡Qué grande es tu Fe! (en el mismo pasaje en el evangelio de Mateo)
¿Tiene nuestra oración de petición estas tres cualidades?
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