La madre de los hijos de Zebedeo se acercó con ellos a Jesús, y se arrodilló para pedirle un favor. Jesús le preguntó:
– ¿Qué quieres?
Ella le dijo:
– Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu reino uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús contestó:
– No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa amarga que voy a beber yo?
Le dijeron:
– Podemos.
Jesús les respondió:
– Vosotros beberéis esa copa de amargura, pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo. Será para quienes mi Padre lo ha preparado.
Cuando los otros diez discípulos oyeron todo esto, se enojaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo:
– Sabéis que, entre los paganos, los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos y los grandes descargan sobre ellos el peso de su autoridad. Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que entre vosotros quiera ser grande, que sirva a los demás; y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.
La madre quería lo mejor para sus hijos, pero no se había enterado de nada. Los otros apóstoles se enfadaron porque tampoco habían entendido nada. La grandeza no está en el poder, en estar a la derecha o a la izquierda. La grandeza es tener a Jesús en nosotros y vivir como Él vivió. La grandeza está en servir.
"Hoy es la fiesta del Patrón de España, Santiago. Él y su hermano Juan, hijos de Zebedeo que, en Betania, iniciaro su camino con Jesús “a eso de las cuatro de la tarde”, según relata Juan, su hermano (Jn 1, 39).
Hay un Santiago rodeado de leyenda y ligado a España desde los comienzos de la predicación de los apóstoles. El de la batalla de Clavijo, el que fue alentado por Santa María a orillas del Ebro, el del sepulcro señalado por una luz misteriosa en Compostela… La historia resulta medio disparatada e inverosímil, sin embargo una tradición que data del II s. está asentada en indicios arqueológicos e históricos que podrían confirmar, al menos, la realidad de que ciertamente su cuerpo y su cabeza están sepultados en donde se venera al apóstol, es decir, en Santiago de Compostela, el tercer lugar, después de Jerusalén y Roma, meta de peregrinos de la Cristiandad y de todo el mundo, aún hoy.
Pero hay otro -quien sabe si el mismo- del que sabemos algo con certeza y es el Santiago de los relatos del Nuevo Testamento, el primero de los apóstoles mártir, decapitado por Herodes en Jerusalén. A él y a su hermano, Jesús les puso el apodo de “hijos del trueno” por su vehemencia y, tal vez, arrogancia. Recordamos como pedían que fuego bajado de lo alto aniquilara a las aldeas donde el Maestro no fuera bien recibido…
Santiago, con su hermano y con Pedro y Andrés formaba parte de un pequeño grupo, un tanto especial entre los doce. Santiago es citado expresamente en la Transfiguración, en la resurreción de la hija de Jairo y en el huerto de los olivos. El pasaje de la Lectura de hoy es un expresivo retrato de los impulsivos hermanos cuando responden al unísono: “podemos”. ¿Y si hoy el Señor nos preguntase si podemos beber el cáliz que Él bebió? ¿Nos atreveríamos a decir que podemos? Creo que solo con una humildad verdadera y con un gran amor. Y solo sabiendo que es Él quien puede hacerlo en nosotros."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)
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