Jesús les contó esta otra parábola: El reino de los cielos puede compararse a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos estaban durmiendo, llegó un enemigo que sembró mala hierba entre el trigo, y se fue. Cuando creció el trigo y se formó la espiga, apareció también la mala hierba. Entonces los labradores fueron a decirle al dueño: ‘Señor, si la semilla que sembraste en el campo era buena, ¿cómo es que ha salido mala hierba?’ El dueño les dijo: ‘Un enemigo ha hecho esto.’ Los labradores le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancar la mala hierba?’ Pero él les dijo: ‘No, porque al arrancar la mala hierba podéis arrancar también el trigo. Es mejor dejarlos crecer juntos, hasta la siega; entonces mandaré a los segadores a recoger primero la mala hierba y atarla en manojos, para quemarla, y que luego guarden el trigo en mi granero.’
Lo que Jesús nos pide aquí es que no juzguemos. No somos nadie para decir lo que es trigo y lo que es cizaña. Las apariencias engañan. Además, Dios espera. Confía en que cambiemos, en que nos convirtamos. En otro lugar Jesús nos pidió que no juzgáramos para no ser juzgados. Que se nos juzgaría con la misma medida que nosotros utilizamos para juzgar a los demás. Debemos aceptar a los demás, aunque nos parezcan inaceptables. Nuestra paciencia, nuestra comprensión, puede ser una ayuda a su conversión. Dios espera hasta el último momento. Dios nos espera también a nosotros.
"Nos preguntamos a veces como es posible que el mal, relativo o absoluto, se extienda y crezca en todo el mundo. ¿Señor cómo permites tanto crimen, tanta violencia, tanta injusticia, tanta corrupción? Somos como los que, en la parábola del trigo y la cizaña, reclaman al dueño que haga arrancar la mala yerba y limpie el campo. Y nos desconcierta la respuesta: no vaya a ser que con la cizaña arranquéis también las espigas que empiezan a brotar. Claro que juzgando así nos situamos en el lugar “de los buenos”. Buenos con certezas: creemos saber, claramente, lo que es trigo y lo que es cizaña.
Hay actos, ideas y criterios malos sin paliativos. Pero, en bastantes ocasiones, especialmente cuando consideramos los propios comportamientos y actitudes, las cosas no están tan claras. Es difícil conocerse a sí mismo… ¿Y si lo que creo una mala inclinación es un rasgo de temperamento que puede resultar positivo si, con la gracia de Dios, aprendo a manejarlo? Los “hijos del trueno” impulsivos, apasionados, después de ser tocados por el Espíritu en Pentecostés, dedicaron su vida a testimoniar, hasta el martirio en el caso de Santiago, que Cristo nos ha redimido y salvado. (...)"
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)
Deixeu-la créixer...
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