martes, 9 de julio de 2024

SEMBRAR

  


Mientras los ciegos salían, algunas personas trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. Jesús expulsó al demonio, y en seguida el mudo comenzó a hablar. La gente, asombrada, decía:
– ¡Nunca se ha visto cosa igual en Israel!
Pero los fariseos decían:
– El propio jefe de los demonios es quien ha dado a este el poder de expulsarlos.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Viendo a la gente, sentía compasión, porque estaban angustiados y desvalidos como ovejas que no tienen pastor. Dijo entonces a sus discípulos:
– Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por eso, pedid al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla.

Pensamos que los sembradores son los sacerdotes, los predicadores, quizá los catequistas... Todos los cristianos debemos ser sembradores. Primero, hemos de tener en cuenta que quien realmente siembra es Dios; pero nosotros, todos debemos ser sus manos que esparcen la semilla. Y esto se hace con nuestra vida, con nuestro ejemplo, con nuestra entrega. Amando a los demás. Si nuestro cristianismo es de palabra. Si nuestra vida no refleja el Amor de Dios, no somos sembradores.

"Jesús dice a sus discípulos que pidan más obreros para la mies. Creo que más bien hay que pedir muchos y buenos sembradores. Porque se advierte en la primera lectura que quien siembra vientos cosecha tempestades, y que hay muchas ovejas perdidas sin pastor. Querer cosechar lo que no se ha sembrado es algo absurdo. A veces, incluso es inútil tratar de cosechar, antes de tiempo o cuando no nos corresponde. Querer que las ovejas regresen al redil sin dirección ni pastoreo es también absurdo. Y sin embargo, Jesús dice que la mies es mucha… que hay que enviar a cosechadores de lo que no han sembrado ellos mismos. ¿Quién ha sembrado, entonces? El propio Dios que ha puesto la ley natural en el corazón de la persona.
Pero hacen falta las dos cosas: sembradores y obreros de la mies. Y quizá lo más humilde, lo menos “glorioso” sea sembrar. A veces no hay tiempo de ver el fruto. A veces no se sabe quién sembró y no te puedes llevar el honor. Porque, en realidad, lo que parece estar diciendo Jesús es que sembremos sólo con él. De otra manera, sembraremos vientos. Que se siembre solamente su semilla, y no la propia. ¿Qué quiere decir esto en términos de la vida diaria? ¿Qué podemos sembrar? El testimonio de Cristo en la vida con acciones de bondad, amabilidad, entrega, servicio a otros, generosidad, control propio, paz, justicia. Se siembra verdad cuando se defiende la verdad y se construyen relaciones auténticas y de transparencia. Se siembra buena semilla cuando se protesta contra la mentira y la injusticia. Y también con la educación recta de quienes podrían estar a nuestro cuidado: hijos, alumnos, nietos, sobrinos… En realidad, no somos nosotros quienes sembramos, sino el Espíritu de Dios que actúa en nosotros y concede sus dones.
Muchas veces hemos entendido este pasaje como un deber de pedir vocaciones al ministerio. Y, claro, lo es: el pueblo necesita pastores, y necesita conversión. Pero en el fondo, es una llamada a ser semilla para que la mies de verdad pueda ser abundante. A sembrar la bondad, la belleza y la verdad en lugar de mentiras y vientos. No se llama a cosechar tempestades, sino más bien mies abundante. Depende de lo que permitamos que Dios siembre a través de nosotros."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda) 

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