Ningún discípulo es más que su maestro y ningún criado es más que su amo. El discípulo debe conformarse con llegar a ser como su maestro, y el criado, como su amo. Si al jefe de la casa llaman Beelzebú, ¿cómo llamarán a los miembros de su familia?
No tengáis, pues, miedo a la gente. Porque nada hay secreto que no llegue a descubrirse ni nada oculto que no llegue a conocerse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día; lo que os digo en secreto, proclamadlo desde las azoteas de las casas. No tengáis miedo a quienes pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el cuerpo y el alma en el infierno.
¿No se venden dos pajarillos por una pequeña moneda? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que vuestro Padre lo permita. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza los tenéis contados uno por uno. Así que no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
Si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también yo me declararé a favor suyo delante de mi Padre que está en el cielo; pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en el cielo.
No debemos tener miedo. Él está con nosotros y nos protege. Seguirlo es transformar todo en luz. Nada quedará oculto, todo se iluminará. Nosotros debemos proclamar la Palabra a todos. Aquello que nosotros recibimos en la penumbra de nuestra meditación, debemos proclamarlo a la luz del día. El Padre está con nosotros y no nos pasará nada sin que Él lo permita.
"Hay lugares donde predicadores ambulantes, a quienes muy pocos escuchan y, quienes lo hacen se sonríen a veces tolerante y otras burlonamente, van con altavoces anunciando la perdición total si uno no se convierte. No parece que Jesús se refiera a esta práctica cuando dice que hay que anunciar desde las azoteas, y que nada quedará oculto para siempre. Porque la perdición total está en pensar que uno puede ser más que el maestro. La perdición total está en no creer en el poder de Dios y confiar en el propio. Lo que más bien parece asegurar Jesús es esa victoria aparentemente increíble e imposible del discípulo que no puede ser mayor que su maestro y que, por tanto, acabará en la cruz. Por lo tanto, el miedo parece inevitable.
Pero, con ese inconfundible estilo de paradojas y contrastes, Jesús les asegura que no hay que tener miedo. Pero no dice que las cosas vayan a ser fáciles. Únicamente que hay una fuerza mayor, la del tres veces Santo de la primera lectura que envía incluso a lo que es débil, inepto, indigno. Porque asegura que esa debilidad es más importante que el pájaro al que Dios protege; que es tan valiosa a los ojos de Dios que tiene hasta el último cabello contado. ¿A quién enviaremos a dar nuestro mensaje? Pues precisamente a ese que no puede, que se siente indigno ante la santidad, que siente, no ya miedo, sino un auténtico pavor natural ante la cruz, pero que tiene la absoluta certeza de la resurrección. Diremos que es difícil una fe así ante las evidencias. La fe, dicen algunos es ver las evidencias y no negarlas, sino asegurar la evidencia mayor que es la fuerza del amor de Dios. Asegurar la fuerza de la resurrección.
“Por eso, lo que os digo en lo secreto, anunciadlo desde los tejados”. Lo que ha dicho en lo secreto es que, al final, todo se sabrá; la verdad triunfará; la vida vencerá. Lo que hay que anunciar no es la perdición, sino la seguridad de la salvación. Eso sí, haciéndose menor que el maestro, que es, sí, convertirse, aceptar mucho dolor y seguir, a pesar de todo, proclamando Santo, Santo, Santo, en la seguridad de que estamos totalmente protegidos y salvados. Desde las azoteas. Es decir, venciendo el miedo a dar testimonio público."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)
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