"Unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo y colocarlo ante Jesús. Al no hallar modo de meterlo a causa de la multitud, subieron a la azotea y, apartando las baldosas, lo descolgaron con la camilla, en medio, delante de Jesús. Viendo su fe, le dijo:
- Hombre, tus pecados quedan perdonados."
Jesús está curando en el interior de una casa. Nos dice Lucas "Él poseía fuerza del Señor para curar". Ese es una de las misiones fundamentales de Jesús: venir a sanarnos.
Todos somos paralíticos cuando somos incapaces de hacer el bien, de movernos para lograr el bien del otro. La narración de hoy nos muestra la importancia de los demás para que nosotros podamos andar. Son aquellos hombres transportándolo en una camilla, los que le ayudan a vencer todas las dificultades que le impiden acceder a Jesús.
Jesús nos desconcierta diciéndole que sus pecados quedan perdonados. Los fariseos se escandalizan. No han comprendido que lo que nos impide andar, actuar, es el mal que hacemos. Pecar es hacer daño a los otros y hacernos daño a nosotros mismos. Este mal atenaza nuestra vida. El reconocer ese mal y borrarlo de nuestra vida, es lo que nos permite levantarnos y caminar. Es lo que nos permite hacer el bien a los demás y luchar por la justicia. Amar a los otros, que es amar a Dios. Adviento es un buen momento para examinar que es lo que nos paraliza y pedir perdón por ello.
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