"En el año quince del gobierno del emperador Tiberio, Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo habló Dios en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías, y Juan pasó por toda la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados. Esto sucedió como el profeta Isaías había escrito:
Se oye la voz de alguien
que grita en el desierto:
¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto!
Todo valle será rellenado,
todo monte y colina será nivelado,
los caminos torcidos serán enderezados
y allanados los caminos escabrosos.
Todo el mundo verá la salvación que Dios envía."
Lucas nos determina con precisión el tiempo en que Juan empieza a predicar. Nos dice que Dios habló a Juan en el desierto. Él hablará a los hombres en nombre de Dios. Profeta no es el que adivina el futuro, sino el que habla en nombre de Dios, porque antes lo ha escuchado. Y esto se hace en el desierto, en la soledad en la contemplación.
Juan, como anunció Isaías, nos pide que preparemos el camino al Señor. Adviento es el momento para hacer esta preparación a la llegada de un Dios, que no sólo viene en Navidad, sino que viene cada día a nuestro corazón. Pero para ello hemos de limar todas las dificultades. Allanar los caminos. Levantar los valles. Abajar las montañas. Enderezar los caminos escabrosos. Es decir, eliminar del mundo todo lo que nos dificulta para encontrar la paz.
Si queremos recibir a Dios en nuestro corazón hemos de hacernos Uno, eliminar todo lo que nos separa. Es entonces cunado podremos ver la salvación que Dios nos envía. Mientras unos nos creamos más que otros. Mientras permitamos que viva gente oprimida. Mientras no caminemos de frente y busquemos caminos retorcidos para conseguir nuestro provecho, no habrá paz, ni unidad. No seremos Uno con todos los hombres; no seremos Uno con Dios. El día que lo consigamos, Dios nacerá en nuestro corazón.
Juan, como anunció Isaías, nos pide que preparemos el camino al Señor. Adviento es el momento para hacer esta preparación a la llegada de un Dios, que no sólo viene en Navidad, sino que viene cada día a nuestro corazón. Pero para ello hemos de limar todas las dificultades. Allanar los caminos. Levantar los valles. Abajar las montañas. Enderezar los caminos escabrosos. Es decir, eliminar del mundo todo lo que nos dificulta para encontrar la paz.
Si queremos recibir a Dios en nuestro corazón hemos de hacernos Uno, eliminar todo lo que nos separa. Es entonces cunado podremos ver la salvación que Dios nos envía. Mientras unos nos creamos más que otros. Mientras permitamos que viva gente oprimida. Mientras no caminemos de frente y busquemos caminos retorcidos para conseguir nuestro provecho, no habrá paz, ni unidad. No seremos Uno con todos los hombres; no seremos Uno con Dios. El día que lo consigamos, Dios nacerá en nuestro corazón.
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