"En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo:
- Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.
Volviéndose a los discípulos les dijo aparte:
- Dichosos quienes vean lo que estáis viendo vosotros, porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron."
Las palabras de Jesús son sorprendentes. Se alegra de que sus enseñanzas las entiendas los sencillos, los pequeños, y queden ocultas a los sabios. Y es que Dios es el Dios de los sencillos. Para llegar a Él se llega por el camino de la humildad. Quienes se las dan de inteligentes, se alejan de Él. Creen conocer muchas cosas y no saben nada.
Jesús se alegra de que sus discípulos "vean" y "oigan". Hoy también podemos ver y oír. Pero para ello hemos de ser sencillos. Sólo desde la sencillez podemos ver a Dios en el otro, en el pobre, en el refugiado. Sólo desde la sencillez podemos oírlo en el lamento del necesitado.
Ser discípulo de Jesús es saber mirar el mundo con ojos transparentes, con los ojos limpios de los niños. Es hacerse pequeño.
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