viernes, 7 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y EL POZO


Aquel año la sequía fue horrible. El pequeño hilillo de agua que apagaba la sed del Anacoreta y alimentaba el pequeño embalse para regar, se secó. El anciano llamó a su discípulo y le dijo:
- Vamos en busca de un pozo.
El joven miró extrañado al Anacoreta, pero le siguió confiadamente. Tras varias horas de camino, el discípulo empezó a dudar de que lo que hacían fuese razonable. Tímidamente dijo:
- Maestro, ¿no crees que es absurdo buscar un pozo al azar en el desierto?
El Anacoreta sonrió. Y pasando la mano sobre el hombro del discípulo, dijo:
- ¿No has leído el Principito? Lo mismo pensaba Saint Exupery y después comprendió.
El discípulo no entendió lo que quería decirle el Anacoreta, pero siguió caminando.
Se hizo la noche sobre ellos y apareció sobre sus cabezas ese cielo magnífico de estrellas que sólo puede verse en el desierto. El Anacoreta volvió a hablar suavemente:
- No es con los ojos que hay que buscar. Es con el corazón. El zorro le dijo al Principito que las cosas más importantes sólo se pueden ver con el corazón.
Encontraron el pozo al amanecer. Y como el del Principito, era un pozo con polea, cubo y soga. Y cantó al tirar de la cuerda...
Bebieron y el agua les supo a noche de estrellas, a esfuerzo, a cántico... El Anacoreta miró tiernamente al joven y le dijo:
- Todos escondemos un pozo en nuestras vidas. Sólo lo encontraremos con los ojos del amor; pero el día que demos con él, nuestra alegría será inmensa y nunca más querremos beber de otro lugar.
Luego se levantó y añadió:
- Volvamos a nuestra cueva. Creo que el agua a vuelto a brotar.
Y el desierto guardó sus pasos como un tesoro... 

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