Aquel joven se estableció en el desierto no lejos de la cueva del Anacoreta. Éste le preguntó un día:
- ¿A qué has venido al desierto?
El joven sin titubear le respondió:
- Sigo el ejemplo de los Padres del Desierto y he emprendido la "fuga mundis".
El Anacoreta permaneció pensativo unos instantes. Luego, mirándole directamente a los ojos, preguntó:
- Y ¿Qué entiendes por "fuga mundis"?
El joven no volvió a dudar ni un instante:
- Olvidarme de todo y de todos y pensar sólo en Dios.
Una nube de tristeza cubrió la mirada del Anacoreta. Se inclinó, tomó polvo del desierto y lo dejó deslizar entre sus dedos. Mientras, el joven aguardaba impaciente las palabras del anciano. Este, miró largamente el horizonte antes de hablar.
- Harías mejor en volver a tu vida anterior. No es esto la "fuga mundis". No es huir de los hombres; no es huir de la sociedad; no es huir de los problemas. ¿No ves que si huyes de los hombres huyes de Dios? "Fuga mundis" es huir de la mentalidad de poder, de tener, de dominio, de falsos valores - suspiró, y, mirando con paz al joven, prosiguió - si quieres huir, vuelve al mundo. Allí, casi todos huyen.
El joven lo miró extrañado.
- Sí. Unos huyen hacia atrás, hacia el pasado. Piensan que el pasado siempre fue mejor y no aceptan nada nuevo. Su defensa de la tradición no es sino una huida en retirada. Otros huyen hacia delante, al futuro. Se pasan el día soñando en lo que harán. No encuentran nada bien. Viven en un mundo ideal que se han inventado - volvió a suspirar - pero la mayoría huye al presente. Un presente aislado y recortado. Como han perdido todas las ilusiones, están decepcionados, su lema es "ir tirando", "ir viviendo". No es vivir el presente para crecer, sino refugiarse en el presente para no pensar.
El joven guardaba silencio mirando el suelo.
- Vuelve al mundo. Busca a los hombres y a las cosas. Ámalos profundamente y entonces descubrirás a Dios. Luego, podrás venir al desierto.
El joven se alejó lentamente hacia la ciudad y el Anacoreta volvió a su cueva.
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