Después de las palabras del Anacoreta sobre la muerte, quedó el discípulo algo inquieto. "¿Estaré trabajando bien la arcilla de mi vida? ¿Realmente el momento de la muerte es definitivo y ya no hay nada que hacer?"
No pudo aguantar más y fue a contar sus problemas al Solitario. Este esperó el final del día, tras el rezo de Completas, y cuando la noche lucía su manto de estrellas, le dijo:
- No era mi intención preocuparte. Seguramente no me expliqué bien. Precisamente lo que quise decirte es que siempre podemos rectificar. Con lo de que durante la vida no somos, vamos siendo, quería decirte que siempre estamos a tiempo para mejorar.
Hizo una pequeña pausa, como buscando las palabras justas y prosiguió:
- Es al morir que presentamos nuestra biografía y podemos decir: somos todo esto que hemos vivido. Pero no pretendía asustarte y ponerte en un callejón sin salida.
Tomó al discípulo por el brazo y lo llevó al borde del acantilado. El viento cantaba una dulce melodía de paz.
- Si lo prefieres, imagínate la vida como una melodía. Vamos colocando notas. Alguna puede parecer desafinado, pero en el conjunto tiene su razón de ser. Un acorde de séptima es disonante, pero es necesario antes de acabar con el acorde de dominante...Incluso vidas que parecen totalmente desafinadas, pueden resultar al final una hermosa partitura dodecafónica...
Se detuvo, le miró a los ojos y añadió:
- Porque el resultado final no es la muerte, sino la Resurrección. Dios toma nuestra vida y le da un sentido, la transforma en una obra de arte que perdura por toda la eternidad...Eso es la resurrección. Y esta es vuestra gran Esperanza...Que nuestra vida sonará para siempre...
Y ambos siguieron rezando bajo el cielo tachonado de estrellas y acunados por la melodía de paz del viento...
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