Llegó muy cansado. Tras un rato de reposo, dijo al Anacoreta que le había ofrecido agua de la fuente:
- A mi edad no debía haber venido. Soy demasiado anciano.
El Anacoreta lo miró con simpatía y le dijo:
- Mira. Uno no es anciano por la edad. Serás anciano el día que ya no tengas razones para vivir. Cuando no tengas esperanza y cuando carezcas de ideales.
Le miró a los ojos y añadió:
- Mientras cada mañana, al despertarte, te venga a la mente la ilusión por hacer las cosas que habías planeado antes de irte a dormir, no serás anciano. Hay personas que no tienen mucha edad, pero que no tienen ilusión por nada. Esos son los verdaderos ancianos...
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