El discípulo preguntó un día al Anacoreta:
- Si el desierto es tan importante para progresar en la vida espiritual, ¿por qué no hay más cristianos viviendo en él?
Rió el anciano. Luego mirando a su discípulo, dijo:
- El desierto no es un lugar. Es un símbolo.
Guardó unos momentos de silencio, y luego prosiguió:
- El desierto es el territorio de la verdad. Es donde vivimos lo esencial. Allá donde eliminamos todo lo que nos sobra y nos distrae. En la ciudad también podríamos vivir en el desierto. De hecho hay mucha más gente de la que pensamos, que así lo hace.
Miró a los ojos a su discípulo y concluyó:
- Vivir en la presencia de Dios, luchando por un mundo mejor y más justo, intentando amar a todo el mundo, buscando la verdad en todo, es vivir en el desierto...
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