El discípulo explicaba al Anacoreta, que desde que estaba en el desierto y no tenía nada, y no buscaba nada, se sentía mucho más feliz que antes.
El anciano lo miró con simpatía y le dijo:
- Es que la base del sufrimiento es el apego a las cosas. Cuando para ser felices creemos que debemos tener cosas, aunque sean buenas, nos exponemos a la desilusión de no alcanzarlas. Y si las alcanzamos, inmediatamente deseamos otras diferentes.
Miró al horizonte y concluyó:
- La vida sencilla, el desapego, el aceptarlo todo como un regalo, es donde radica la verdadera felicidad...
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