En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios." Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: "Entonces, ¿Quién puede salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo." Entonces le dijo Pedro: "Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿Qué nos va a tocar?" Jesús les dijo: "Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros."
"El pasaje evangélico de éste día, desarrolla dos temas: el peligro de las riquezas y la recompensa de quienes se despegan de ella. Para entrar en el Reino, hay que estar libre de las cargas, de los tesoros terrenos. No hay nada más esclavizador que los bienes materiales y, peor, cuando los hacemos indispensables en nuestra vida.
El hombre, por sí mismo, se encuentra tan imposibilitado frente a la salvación como el camello que pretendiese pasar por el ojo de una aguja. Semejante libertad frente a las cosas puede ser únicamente don de Dios. La declaración de Pedro confirma que el desapego de las riquezas es un medio eficaz para la renovación de nuestras vidas. Dios no se deja ganar en generosidad. La capacidad de renuncia es, al mismo tiempo, capacidad de recibir y poseer. De este modo, los valores del mundo quedan al revés en el Reino. ¿Estás dispuesto a prescindir ,incluso de lo necesario, si así lo pide la Palabra y el bien de tu prójimo?" (Koinonía)
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