En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: "Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?" Jesús le contestó: "¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos." Él le preguntó: "¿Cuáles?" Jesús le contestó: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo." El muchacho le dijo: "Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?" Jesús le contestó: "Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo." Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.
"El joven, rico y anónimo, que pregunta a Jesús por la vida eterna, tal vez quería ser su discípulo, pues era un fiel cumplidor de la ley y buscaba algo más, por ello Jesús le hace una invitación clara y contundente a seguirlo. El problema surge cuando el Señor le hace una propuesta que va más allá del cumplimiento externo, es decir, dar todo lo que se es y se tiene para ponerlo al servicio del Reino. No se trata de hacer sino de una relación de amor que le dice: “Sígueme”. El rechazo del joven muestra que cuando estamos demasiado apegados a lo que tenemos entonces esas cosas se convierten en nuestros dueños y nosotros sus posesiones. Cuando esto sucede ellas dictarán nuestras decisiones. Cuanto más adquirimos más difícil liberarnos de ello. El gran error de poseer no consiste tanto en cuánto poseemos sino en cuán apegados estamos a lo que tenemos.
Difícil pero no imposible. ¿Seremos capaces de dejarlo o dejar que se vaya cuando llegue la hora?" (Koinonía)
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