viernes, 17 de enero de 2025

FE Y PERDÓN



 Cuando a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-:
“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual».

Aquí vemos la gran Fe de aquellos hombres que vencen todas las dificultades para presentar al paralítico a Jesús. Jesús, no sólo lo cura, sino que también le perdona sus pecados.
Hay lecciones importantes para extraer. Primero, que nuestra Fe puede y debe ayudar a que los demás encuentren a Dios. Segundo que Dios es un Dios de perdón. Tercero que el perdón de Dios nos libra de la parálisis, hace que dediquemos nuestras vidas a los demás, que volvamos a andar.

"Lo que se juega en este relato evangélico no es tanto si Jesús puede curar o no. Lo importante es si puede perdonar los pecados. Ahí es donde los que le escuchan encuentran una blasfemia, una ofensa radical a Dios. ¡Sólo Dios puede perdonar los pecados! ¡Sólo Dios tiene la lleva que permite a la persona liberarse de la carga del error cometido y poder comenzar de nuevo! Y el que se arroga ese poder blasfema contra Dios. Todo esto tiene una contrapartida: yo no estoy obligado a perdonar a mi hermano porque eso solo lo puede hacer Dios.
Nosotros podemos usar esta historia para contrargumentar: está claro que Jesús podía perdonar los pecados porque Jesús era Dios. Lo que pasa es que sus oyentes no habían dado el salto de fe hasta reconocer la divinidad de Jesús. Nosotros creemos en esa divinidad y por eso podemos encontrar en Jesús el perdón de nuestros pecados y el camino de la salvación, una vez que hemos dejado atrás esas culpas. Todo eso se materializa en la celebración del sacramento de la reconciliación, de la penitencia, en la confesión, que parece que es el momento en el que Dios perdona nuestros pecados.
Creo que debemos ir más allá. Nuestro Dios es un Dios Padre que ama y perdona y reconcilia, que siempre nos ofrece nuevos caminos y nuevas esperanzas. Lo que hacemos en el sacramento de la reconciliación no es tanto obtener el perdón de unos pecados concretos –los que hemos cometido desde la última confesión– sino celebrar el perdón de Dios que está siempre con nosotros. Siempre. Siempre.
Más allá todavía. En Jesús se nos ha entregado a todos el ministerio de la reconciliación. Todos somos portadores de ese perdón de Dios para nosotros y para nuestros hermanos y hermanas. Lo dice Pablo en la segunda carta a los Corintios: “Todo procede de Dios que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación” (5,18). Jesús puede perdonar los pecados y nosotros, sus discípulos, también. Precisamente ese es el ministerio que se nos ha encargado: liberar, perdonar, reconciliar, abrir caminos a la esperanza. Nunca condenar ni excluir ni rechazar sino acoger y salvar."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 16 de enero de 2025

SE COMPADECIÓ




  En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

"Siempre me han sorprendido esas palabras con que el leproso se expresa al encontrarse con Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. La primera explicación que se me viene a la mente, y a muchos otros antes que a mí, es que el leproso no tiene mucha fe en Jesús. Fruto de esa falta de fe, sería esa pregunta que le hace. Pero me da la impresión de que no es esa la explicación. O de que, al menos, podemos dar otra explicación a las palabras del leproso.
Quizá el leproso no tenía ninguna duda de que en Jesús había una presencia extraordinaria. Es posible que no hubiese llegado a definir a Jesús como el Hijo de Dios, como llegaron a hacer los cristianos al cabo de unos años después de la muerte de Jesús. Pero está claro que veía en él alguien extraordinario, dotado de unos poderes fuera de lo normal. Pero también podría darse que el leproso se hubiese ya encontrado en su vida como muchos otros personajes llenos de poder y que ese poder no hubiese significado necesariamente que se hubiese dedicado a ayudar a los más necesitados, a los enfermos, a los marginados… Ya sabemos todos que muchas veces los poderosos piensan básicamente sí mismos y en su bienestar. Y que las necesidades de los otros, pues no les importan demasiado.
Quizá el leproso estaba probando a ver si este Jesús, del que se decían tantas cosas, era como esos otros poderosos que había conocido o era diferente y realmente se preocupaba por el bien de las personas más allá de mirar a su propio ombligo. Por eso, ese “si quieres”.
Seguramente, su sorpresa fue grande cuando Jesús “quiso”. En Jesús descubrió a un hombre poderoso que miraba más allá de sí para acercarse a los demás, a los pobres y necesitados. Descubrió que Jesús no le miró con indiferencia ni le utilizó para que la gente reconociese más sus poderes. Simplemente, Jesús se compadeció. Ya solo eso era mucho. Jesús no era poderoso como los otros poderosos que había conocido. Jesús ponía su poder al servicio de los pobres y necesitado.
Por eso, reaccionó el leproso como reaccionó: hablando a todos de Jesús. Porque Jesús era diferente. ¡Los pobres, por primera vez, estaban de suerte!"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 15 de enero de 2025

UNA IGLESIA EN SALIDA

 


En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía era muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Hoy vemos un Jesús en acción. Va en busca de los demás. Viene a nuestro encuentro. Hay un ejemplo claro para nosotros en el texto de hoy. Jesús cura a la suegra de Pedro y esta inmediatamente se levanta y se pone a servir a todos. Jesús sale en nuestra busca. Jesús nos sana, para que después nosotros sirvamos a los demás. Como Jesús debemos vivir para los otros. La Fe no es algo para guardarnos en nuestro interior. Cierto, que debemos tenerla en nuestro corazón, pero para hacerla partícipe a los demás, para ayudar a los demás a encontrar el Reino.

"El texto evangélico de hoy parece que es un conjunto de historias o anécdotas que no tienen que ver unas con otras. Relata las actividades de Jesús durante dos días. Jesús sale de la sinagoga y va a casa de Simón. Allí cura a la suegra, que se levanta y que sirve a todos. La gente se agolpa a la puerta esperando ser curados. Llega la noche. Jesús se levanta temprano para orar. Pero los discípulos le buscan porque la gente le sigue buscando. Jesús vuelve a salir por los caminos predicando la buena nueva y curando.
Hasta aquí el resumen de lo que hizo Jesús. Diversas actividades. Diversos momentos. Pero hay una nota que me gustaría subrayar y que está presente en todo el relato. Es una nota que nos habla de la forma de ser de Dios quizá tanto o más que las mismas palabras que pronuncia Jesús en sus discursos. Es la cercanía que manifiesta Jesús con todos.
Para empezar es Jesús el que se acerca a la gente. Va a la sinagoga, sale a los caminos, deja la oración para volver a salir a los caminos. Incluso antes de descansar atiende, se acerca, a la suegra de Pedro que está enferma. El movimiento primero es de Jesús hacia la gente. Es lógico que luego, una vez que la gente le ha visto actuar, le busquen. En él encuentran la esperanza y la vida. Pero el movimiento se ha iniciado en Jesús, que deja su lugar para ir a la gente, para acercarse a ellos.
Es más, una vez conseguida la fama, Jesús se podía haber quedado en un lugar fijo: una ermita, un santuario, a esperar que la gente se acercase a él. Pero hace precisamente lo contrario: sale de nuevo a los caminos y recorre toda Galilea predicando y curando.
Se me ocurre que en la Iglesia, y en nuestra vida como discípulos de Jesús, tendríamos que hacer lo mismo. No se trata de poner elegantes oficinas que atienden a los que vienen de 9 a 13 y de 16 a 18. Si queremos ser como Jesús, hay que olvidar las oficinas y salir a la calle. Acercarnos nosotros a los necesitados, a los pobres, a todos. El verbo clave es “acercarse”. Eso significa salir de nuestra comodidad y acercarnos a los otros. La “cercanía” es todo un estilo. ¿No es eso lo que quiere decir el papa Francisco con aquello de que tenemos que ser una “Iglesia en salida”?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 14 de enero de 2025

ENSEÑABA CON AUTORIDAD

 


En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entra Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús lo increpó:
«¡Cállate y sal de él!».
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Jesús enseñaba con autoridad, es decir, desde su experiencia, desde su unión con el Padre. Por eso el mal, representado por el endemoniado, no lo acepta. Nosotros, si queremos enseñar, debemos hacerlo siguiendo el ejemplo de Jesús. Que nuestras palabras salgan de nuestro corazón, que sean el refleja de nuestro tiempo de meditación y oración.

"El anuncio del reino urge a Jesús. No puede parar. Tiene que acercarse a la gente y hablarles de la buena nueva de la salvación. Desde la orilla del lago llega a Cafarnaúm y se dirige a la sinagoga. El sábado se reúnen allí los judíos para orar. Es el mejor lugar para hablar. Los que le escuchan quedan admirados porque “no enseñaba como los letrados sino con autoridad”. Pero en el evangelio no se habla de una autoridad que provenga de la forma de construir las frases, del articulado de las ideas o de las citas de autores anteriores y famosos que hubiesen explicado la ley. Es una autoridad que tiene efectos prácticos y concretos: es capaz de expulsar al espíritu inmundo que atormenta a un hombre.
Es difícil concretar que se entendería entonces por esa posesión de un espíritu inmundo. Si se entiende que ese mal espíritu atormentaba a la persona, le hacía imposible vivir en comunidad y comportarse con normalidad. Quizá hoy preferiríamos hablar de una enfermedad mental. En todo caso, el efecto es el mismo: aquel hombre vivía esclavizado, era un peligro para los demás. La palabra de Jesús, su autoridad, hace que el hombre quede liberado y el espíritu inmundo salga de él.
El anuncio de la buena nueva no es un mero eslogan publicitario. Tiene efectos concretos en la vida de las personas. Libera de todo lo que oprime y permite a las personas levantarse y tomar las riendas de su vida. La autoridad de Jesús va mucho más allá de la autoridad de los escribas. La autoridad de estos provenía de haber dedicado muchas horas al estudio de la ley. La autoridad de Jesús provenía de una relación especial e íntima con Dios, con su Abbá, su experiencia de Dios le había permitido conocerle más allá de cualquier cosa que pudieran decir los libros. Su autoridad, su palabra, llega hasta el fondo del corazón, nos libera y nos lleva a vivir una vida nueva. Por eso su fama llegó a toda Galilea y más allá. Por eso, sería bueno que día a día estemos atentos a lo que Jesús hace y dice. En él encontraremos libertad y esperanza."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 13 de enero de 2025

ÉL NOS LLAMA



Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.

"Terminado el tiempo de Navidad, comenzamos con la vida diaria. Terminaron las fiestas, las grandes celebraciones. Y comienza lo que en la liturgia de la Iglesia se llama el tiempo ordinario. Día a día la iglesia nos va proponiendo el Evangelio, la buena noticia. Éste se convierte en una especie de lluvia generosa que inunda, o debería inundar, todos los rincones de nuestra vida. No solo los domingos y las fiestas sino también los días de entre semana, las noches, las tardes, las mañanas aburridas…
Porque el centro del anuncio de Jesús está ahí y es lo más importante: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”. El Reino de que habla Jesús es un nuevo mundo, una nueva forma de relacionarnos las personas, unos con otros, y con Dios, que ya no es el juez acosador y castigador sino el padre que quiere a sus hijos e hijas, que desea su vida y su bienestar.
Con este anuncio comenzamos la semana y tantas semanas que va a haber a lo largo del año. Se trata de creer que realmente hay algo nuevo entre nosotros, una nueva oportunidad, un nuevo comienzo. Se trata de asumir que, aún siendo lo que somos, Dios cree en nosotros y tenemos la posibilidad de empezar de nuevo. Ya sabemos cómo somos y lo que damos de sí, conocemos nuestras miserias, nuestras pequeñeces, nuestros egoísmos, nuestras miopías que tantas veces nos impiden ver más allá de nuestra nariz, nuestro ombligo, nuestros intereses. Y así y todo, Dios, el del Reino, está con nosotros y en Jesús nos abre un nuevo futuro, una nueva esperanza. Podemos cambiar, podemos mejorar, podemos hacer reino donde tantas veces hemos creado violencia y dolor.
No solo eso. Dios cuenta con nosotros para anunciar ese reino nuevo, esa nueva esperanza: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombre”. La llamada a aquellos pescadores para que dejaran todo y lo siguieran, resuena hoy en nuestros oídos. También nosotros nos debemos convertir en anunciadores del reino con nuestras palabras y nuestros actos, con el testimonio de nuestra vida."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 12 de enero de 2025

CON ESPÍRITU Y FUEGO

 


En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Él nos bautiza con agua y fuego. Agua que nos limpia. Fuego que nos da energía para seguirlo, para luchar por Él.

"Cada año tenemos un salto temporal en los relatos evangélicos. Del nacimiento de Jesús y la adoración de los Magos, a la presentación de Jesús, con treinta años aproximadamente, siendo bautizado por Juan el Bautista. ¿A qué se dedicó el Señor en esos años? Sólo nos queda la imaginación. Seguramente pasó tiempo preparándose para la tarea que le esperaba. Creciendo en sabiduría ante Dios y ante los hombres.
Y se dedicó a participar en la vida litúrgica de su pueblo. En la sinagoga oraba y se empapaba del espíritu de Dios. Eso le permitió conocer mejor a su Padre. Para ello, tenía los mismos medios de los que disponemos nosotros hoy. A su alcance estaba la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que le narraba la historia de un pueblo que se sentía elegido y salvado por ese Dios Yahvé, que siempre le había acompañado y protegido. Los Profetas le mostraron cómo Dios se había ido revelando a los hombres, los Jueces le permitieron entender cómo había que ser fiel al Señor en todo momento, etc. En la escuela de la Palabra aprendió a escuchar lo que Dios iba revelando, y a guardarlo en el corazón. Y, quizá, le surgió la pregunta: “¿qué tendré que hacer Yo?”
Al mismo tiempo, iba formándose como persona. Veía la naturaleza que tenía a su alrededor, cómo iba creciendo el trigo – a veces junto a otras malas hierbas – las nubes del cielo, cómo los pastores se ocupaban de los rebaños, alejando a los lobos si era necesario, las viñas y los viñadores, los pescadores en el lago, remendando sus redes, el árbol de la mostaza, y todas estas cosas le hablaban de Dios. Todo lo usó después para hablar de forma comprensible, a veces en parábolas, acerca del Reino.
Y, sobre todo, observaba a los hombres. Que, seguramente, tenían las mismas dudas y preguntas que podemos tener hoy. Incertidumbre ante el futuro, cansancio ante el exceso de normas y preceptos religiosos… Muchos marginados, por motivos rituales (leprosos, ciegos, enfermos…) o sociales (pastores, extranjeros, viudas, niños…) Su compasión ante el sufrimiento comenzó a crecer en ese corazón que se iba llenando cada vez más de Dios. ¿Qué hacer para aliviar estos problemas?
En esas debía de andar Jesús, cuando oyó acerca de un profeta contemporáneo que, además, era su primo. Hablaba de convertirse, de cambiar de actitud. De hacer las cosas de otra manera. Juan el Bautista había congregado a su alrededor a muchos de esos descontentos, que querían cambiar de vida. Y allá se fue Jesús, a ponerse en la cola de bautizandos, para acabar de descubrir qué quería su Padre de Él.
Y se produjo una nueva epifanía. Las palabras del profeta Isaías se hacen vida en Jesús. “Tú eres mi Hijo amado, el predilecto”. Comienza una nueva fase en la vida de Jesús. Sabiendo que su Padre está con Él, que le protege, empieza a hablar del Reino de Dios, que tiene como prioridad a los más débiles, a los pequeños. Lo hace confiando siempre. Por eso pasa tanto tiempo rezando, en la soledad de la noche, para superar sus dudas, para tomar las decisiones importantes, y aclarar qué quiere Dios de Él.
Sintiéndose querido, comienza a hablar del amor de Dios al hombre, a todo hombre, extendiendo la bendición de Dios, la curación de los enfermos, el perdón de los pecadores, la mano tendida a todos. Por eso la vida entera de Jesús es una total entrega al Reino. Porque es una tarea muy grande, que exige completa dedicación.
Y, desde luego, no es una empresa sencilla. A pesar de hablar de amor y perdón, existirá mucho rechazo, mucho sufrimiento hasta llegar a la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios Padre, en el Bautismo, le da su Espíritu. Eso le permite sentir la fuerza, el amor, la luz del mismo Dios. Así puede descubrir la voluntad divina, siempre desde el servicio, la humildad, la defensa de la justicia y el derecho. Actitudes a imitar.
Y lo que Cristo llevaba en el corazón, nos lo enseñó a todos. Porque nos reveló que el Padre refrenda las mismas palabras con cada uno de los que quieren ser sus discípulos. Cada vez que alguien se bautiza, esas palabras, “tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”, se repiten. El Padre nos ofrece lo mismo, nos pide lo mismo, cuenta con nosotros para lo mismo. Hoy estamos celebrando que tú eres hijo, que eres amado por el Padre, y que necesita que tú seas su nuevo Jesús, y que te colma de Espíritu Santo para que puedas con todo, y que ahí tienes al mismo Jesús como referencia para tu vida: el Hijo que supo cumplir su voluntad.
Con Jesús, se ha cerrado definitivamente la época en que Dios ha sido pensado como un monarca severo, justiciero, intransigente. Él nos ha revelado el verdadero rostro de Dios, el Dios que sólo salva. Con su vida, ha proyectado también una luz reveladora sobre las imágenes portentosas usadas por el Bautista y los profetas, dándonos la clave de su lectura. Era verdad lo que éstos habían afirmado: Dios habría enviado su fuego sobre la tierra, pero no para destruir a sus hijos (aunque fueran malvados) sino para quemar, hacer desaparecer del corazón de cada uno toda forma de maldad.
Es cuestión de creérselo, de fiarse y de ponerse en marcha. El sacramento del Bautismo no es una ceremonia más o menos conmovedora y bonita, sino una declaración de intenciones entre el Padre y sus hijos. Y hoy la Palabra de Dios nos lanza una pregunta directísima: ¿Quieres ser mi hijo amado, como lo fue Jesús? Mucha gente está esperando al Mesías, preguntándose dónde está. ¿Qué vas a hacer?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 11 de enero de 2025

ÉL PUEDE LIMPIARNOS

  


Un día estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús se inclinó hasta el suelo y le rogó:
– Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, diciendo:
– Quiero. ¡Queda limpio!
Al momento se le quitó la lepra al enfermo, y Jesús le ordenó:
– No lo digas a nadie. Solamente ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que todos sepan que ya estás limpio de tu enfermedad.
Sin embargo, la fama de Jesús se extendía cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírle y para que sanase sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a orar a lugares apartados.

Nos dice el evangelio que Jesús tocó al leproso. Esto en Israel era muy grave. El leproso era alguien al que se le apartaba totalmente de la sociedad y con el que no se podía tener ningún contacto. Jesús lo toca con la mano antes de curarlo. Toca lo intocable. Jesús se acerca a todo el mundo llevando la curación. 
La primera lección que debemos sacar de este texto, es que, sean cuales sean nuestros pecados, Jesús siempre se acercará a nosotros para limpiarnos de ellos. Su misericordia es infinita.
La segunda es, que no debemos despreciar, aislar, aquellas personas que creemos "impuras". Primero, porque no somos nadie para juzgar a los demás. Segundo porque sólo Jesús sabe lo que verdaderamente hay en el interior de esta persona. Y tercero, porque quizá la forma de acercarse Jesús a ellos, es a través nuestro. El nos mando amar a todos, amigos y enemigos, buenos y malos. Quizá ese amor limpie al otro.