miércoles, 18 de junio de 2025

NO APARENTAR


 No practiquéis vuestra religión delante de los demás solo para que os vean. Si hacéis eso, no obtendréis ninguna recompensa de vuestro Padre que está en el cielo. Por tanto, cuando ayudes a los necesitados no lo publiques a los cuatro vientos, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente los elogie. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa. Tú, por el contrario, cuando ayudes a los necesitados, no se lo cuentes ni siquiera a tu más íntimo amigo. Hazlo en secreto, y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa. Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.


Las prácticas pueden quedarse en simples prácticas. O lo que es peor, en actos para aparentar, para vanagloriarnos, para hacernos ver. Es el fallo en el que cayeron los fariseos. Primeramente, nuestros actos deben ser de Amor. Nuestra caridad sólo debe saberla el Padre. Nuestra oración es para que la oiga el Padre. Todo lo que hacemos para aparentar no sirve de nada. Ni siquiera para aparentar, porque todo el mundo se acaba dando cuenta de nuestras verdaderas intenciones.

"Este evangelio se lee desde hace siglos el miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma. Habla de la limosna, la oración y el ayuno como los tres instrumentos que puede o debe usar el cristiano para vivir una Cuaresma que le ayude a prepararse para la mejor celebración de la Pascua. Pero hoy no es miércoles de Ceniza ni estamos empezando la Cuaresma. Así que mejor nos fijamos en la primera frase que quizá nos ofrece una buena pista para nuestra reflexión.
Dice Jesús que tenemos que tener cuidado de no practicar nuestra justicia para ser visto por los hombres. Dicho en otras palabras, que no hagamos lo que hacemos para la galería, porque así quedamos bien ante los demás, sino por auténtico convencimiento, independientemente de que nos vean o no, de que piensen bien o mal de nosotros. Y aquí chocamos con un problema que es habitual y, hasta cierto punto, normal. Es que a todos nos gusta tener una buena imagen, que los demás tengan una buena opinión de nosotros. Y para eso, muchas veces, demasiadas en ocasiones, nos revistemos de una coraza, que funciona como protección ante los demás y que nos proporciona una imagen adecuada a lo que los demás esperan de nosotros. Pasa que a veces la imagen está lejos, muy lejos, de la realidad. Y terminamos viviendo dos vidas. Nos convertimos en algo parecido, sin llegar al extremo, a la famosa historia de Robert L. Stevenson “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”.Creo que sería bueno que fuésemos capaces de quitarnos esa coraza que nos cubre y que, a veces, supone una cierta mentira en nuestras vidas. Sería bueno que dejásemos de hacer lo que hacemos para que nos viesen y empezásemos, aceptando con sencillez nuestras limitaciones y miserias, tratar de hacer lo que tenemos que hacer sin pensar tanto en el qué dirán. No se trata tanto de pensar en la recompensa que podemos recibir cuanto en vivir con más autenticidad y sencillez. Luchando por el Reino, por la fraternidad y la justicia, pero aceptando al mismo tiempo que no siempre conseguimos hacer lo que es nuestro deseo y deber como discípulos de Jesús."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 17 de junio de 2025

AMOR VERDADERO

 


También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¡Hasta los que cobran impuestos para Roma se portan así! Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los paganos se portan así! Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto.

Lo que hoy nos pide Jesús nos parece imposible. Ya es difícil amar a aquellos que no nos aman, para los que no contamos, somos indiferentes...Pero, ¿amar a los que nos odian? Jesús nos pide que le imitemos. El murió incluso para salvar a aquellos que le estaban matando. Pidió su perdón en el momento de su muerte. 
Seguir a Jesús es un camino. No podemos amar a quienes nos odian en un momento. Es un proceso, un trayecto que debemos seguir. Una lucha a realizar en nuestra vida. Un camino que hacemos junto a Él. Jesús nos da fuerzas y siempre estará a nuestro lado. Poco a poco, con su ayuda, lograremos amar a todo el mundo. Lograremos ser como Él: Amor.

"Este es uno de esos textos evangélicos en que se ve que Jesús no se deja llevar por la prudencia que debe tener todo gobernante o todo líder y termina cayendo en una radicalidad que está totalmente fuera de lugar. Uno se pregunta quiénes serían sus asesores para llegar a hacer declaraciones como éstas. Y también se entiende que Jesús terminase como terminó: muriendo malamente en la cruz. No podía ser de otra manera.
En aquel mundo, como el de ahora, había muchas fronteras. A pesar de que el imperio romano era uno y ocupaba la mayor parte del mundo conocido de la época, seguía habiendo muchas fronteras, muchos muros que separaban a unos pueblos de otros, a unas familias de otras, a unas tradiciones de otras, a unas religiones de otras, a unas lenguas de otras. Y ya se sabe que el “otro”, casi por definición, suele ser visto como una amenaza, como un enemigos. En eso, después de que hayan pasado dos mil años, no nos diferenciamos mucho. Seguimos llenos de fronteras que separan. Levantamos muros de contención, no para evitar que pasen las mercancías sino sobre todo para evitar que pasen las personas. Nadie, en especial los políticos, sabe que hacer con la inmigración, con las personas que salen de su país en busca de una vida mejor. Y se les termina viendo como una amenaza, como gente que nos viene a quitar lo nuestro, como posibles delincuentes. En definitiva, como enemigos. Y los inmigrantes son solo un ejemplo. Abundan las rencillas que dividen y ponen fronteras entre familias y dentro de las familias, entre los seguidores de un equipo deportivo y otro o de una ideología y otra.
Y ahí nos viene Jesús a decirnos que hay que amar a los enemigos. Nos parece imposible pero es verdad. Es que así es el Reino de Dios. Un Dios que ES amor no puede ser de otra manera. Ama a todos sin excepción, sin condiciones. Y nos invita a nosotros a seguirle y a hacer lo mismo. Aquí no cuentan las prudencias humanas. Lo que cuenta son las manos abiertas, capaces de crear paz y reconciliación y fraternidad. Porque si el Reino no se hace con ese cemento del amor, ¿en que se queda entonces?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 16 de junio de 2025

EL PERDÓN

 


Habéis oído que antes se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’ Pero yo os digo: No resistáis a quien os haga algún daño. Al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la túnica, déjale también la capa. Y si alguien te obliga a llevar carga una milla, ve con él dos. Al que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda a quien te pida prestado.

El panorama mundial es todo lo contrario de lo que nos dice este evangelio. Estamos inmersos en guerras, que no son más que devolver mal por mal. Tu me atacas, yo te ataco. En las paredes leemos grafitis que dicen "ni olvido ni perdón". Me subes los aranceles, yo también. 
Olvidamos que el perdón es esencial para un cristiano. Cada día rezamos en el padrenuestro: perdónanos como nosotros perdonamos...¿De verdad perdonamos? ¿Vamos con la paz y el Amor por delante?

"Se me ocurre que para comentar esta lectura sería bueno usar el lenguaje de los jóvenes de hoy: ¡Qué fuerte! Es verdad, es fuerte lo que dice Jesús: plantear de esta manera tan radical el perdón (un perdón  sin condiciones) como un elemento esencial para sus seguidores. Es fuerte porque nuestro mundo no funciona así. Seamos decentes y reconozcámoslo.
Estas palabras de Jesús tan radicales, tan opuestas a lo que vivimos y sentimos, me han hecho recordar, por oposición, una frase que he leído recientemente en una novela. Era la novela “El Padrino” de Mario Puzo. Pues bien, prácticamente en la última página de la novela, uno de los protagonistas para justificar todos los asesinatos que se cometen en el relato, dice con toda claridad: “En nuestro mundo no hay lugar para el perdón.” Así de claro y así de honesto. Podemos pensar que eso sucede solo en ese mundo de la mafia y de delincuentes de que se habla en la novela. Pero no es verdad. Es difícil encontrar en nuestra sociedad esa capacidad auténtica para el perdón. Y menos entre colectivos. Podíamos poner numerosos ejemplos pero baste pensar en israelíes y palestinos, que llevan setenta años en guerra y en conflicto y que aplican continuamente lo de “ojo por ojo y diente por diente”. Pero así solo van a lograr terminar todos ciegos y desdentados. O podemos pensar en aquella imagen de Goya en que dos hombres luchan con garrotes, enterrados hasta las rodillas en un paisaje desolado. La viva imagen del conflicto, del odio, de la violencia que demasiadas veces inunda las relaciones humanas.
Pero ese camino, el del “ojo por ojo y diente por diente” no lleva a ningún sitio. Sólo el perdón abre caminos de futuro. El perdón y el olvido también. Porque el perdón incluye necesariamente dar al otro la posibilidad de volver a empezar, de reconocer su error (¿y quién está libre de error? ¿quién no ha necesitado nunca el perdón?) y tener una nueva oportunidad. No se trata de hacer nada más que lo que Dios hace con nosotros: estar cerca de nosotros, perdonar y permitirnos siempre volver a empezar como si nada hubiese sucedido."
(Fernando Prado cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 15 de junio de 2025

VIVIR EL MISTERIO

 

Tengo mucho más que deciros, pero en este momento sería demasiado para vosotros. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder. Él me honrará, porque recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso os he dicho que el Espíritu recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.

"El padre Fernando Armellini, un misionero y erudito bíblico italiano, tiene una presentación a sus comentarios este domingo que me parece oportuno reproducir aquí:"

"¿Cuál es el carné de identidad de los cristianos? ¿Qué característica los distingue de los creyentes de otras religiones? No el amor al prójimo; otras religiones, lo sabemos, hacen el bien a los demás. No la oración; también los musulmanes oran. No la fe en Dios; incluso los paganos la tienen. No basta creer en Dios. Lo importante es saber en qué Dios se cree. ¿Es una “entidad” o es “alguien”? ¿Es un padre que quiere comunicar su vida o un potentado que busca nuevos súbditos?
Los musulmanes dicen: Dios es el Absoluto. Es el Creador que habita allá arriba, que gobierna desde lo alto, no desciende nunca; es juez que espera la hora de pedir cuentas. Los hebreos, por el contrario, afirman que Dios camina con su pueblo, se manifiesta dentro de la historia, busca la alianza con el hombre. Los cristianos celebran hoy la característica específica de su fe: creen en un Dios Trinidad. Creen que Dios es el Padre que ha creado el universo y lo dirige con sabiduría y amor; creen que no se ha quedado en el cielo, sino que su Hijo, imagen suya, ha venido a hacerse uno de nosotros; creen que lleva a cumplimiento su proyecto de Amor con su fuerza, con su Espíritu.
Toda idea o expresión de Dios tiene una consecuencia inmediata sobre la identidad del hombre. En el rostro de todo cristiano debe reflejarse el rostro de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imagen visible de la Trinidad debe ser la Iglesia, que todo lo recibe de Dios y todo lo da gratuitamente, que se proyecta toda, como Jesús, hacia los hermanos y hermanas en una actitud de incondicional disponibilidad. En ella la diversidad no es eliminada en nombre de la unidad sino considerada como riqueza.
Se debe descubrir la huella de la Trinidad en las familias convertidas en signo de un auténtico diálogo de amor, de mutuo entendimiento y disponibilidad a abrir el corazón a quien tiene necesidad de sentirse amado.
No al individualismo y a montarse la vida por cuenta propio.
No a encerrarse en el propio mundo, en los propios asuntos
No a la incomunicación y al desentenderse de los otros
No a ignorar al hombre necesitado
Y no a la ira, el rencor, el corazón de piedra, la traición o la infidelidad"

Es evidente que, dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, nuestra vivencia de la fe será de una manera o de otra. Con miedo ante un Dios justiciero, por ejemplo, o sin ningún tipo de límite, si Dios es sólo misericordioso… Esa percepción influye en nuestra vivencia personal, familiar y comunitaria de la fe.
Todas nuestras celebraciones, todas nuestras oraciones, las iniciamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y todas las terminamos bendiciendo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así es también nuestra vida.
Nacemos porque un Padre ha querido darnos la vida, nos ha engendrado, nuestra vida no depende de nosotros. Nos propone un modelo, un norte, un sentido para nuestra existencia (nos dice a qué venimos a este mundo): que seamos como Él mismo cuando compartió su vida con nosotros por medio de su Hijo Jesucristo. Y además nos da, como a Adán, su Aliento, su misma Vida, nos dice que tenemos algo suyo que nos va a permitir y ayudar a ser no simples criaturas, sino perfectos como nuestro Padre celestial, creadores como Él, libres ante Él, con capacidad de amor y entrega, felices y eternos… Por eso los cristianos optamos por el Bautismo y consagramos toda nuestra vida a este Dios tan estupendo.
Y al morir y recibir la bendición de Dios, el Padre nos reconoce como hijos suyos y nos dice que en su casa tenemos una morada preparada, y pone el «visto bueno» sobre nuestra vida si lo merece. Recibimos la bendición del Hijo y nos identificamos con Él, que también pasó por ese trance y encomendó su vida en las manos del Padre. Que venció la muerte, el primero de todos sus hermanos y nos garantizó que regresaría a recogernos en cuanto nos tuviera preparada su morada en la casa del Padre. Y el Aliento Divino que nos habitaba intercede por nosotros y reclama poder habitarnos de nuevo (recordad que somos Templos del Espíritu Santo, según nos dice San Pablo).
Por eso los cristianos trazamos muchas veces sobre nosotros la llamada «señal de la cruz», la marca que nos identifica como pertenecientes al rebaño de nuestro Buen Pastor, el carné de identidad que nos permitirá circular libremente por la Ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén.
Al hacer sobre nuestra frente, labios, nuestro pecho, y todo nuestro cuerpo la señal de la Cruz, estamos haciendo ya una oración: nos estamos ofreciendo y renovando nuestra consagración a Dios. Le estamos diciendo a Dios que Él es el sentido de nuestra vida, que tenemos sed de Él y ninguna fuente terrenal nos sacia del todo; le estamos diciendo que nuestro corazón le añora y le ama, a veces sin saberlo. Cuando procuramos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin excusas, sin rebajas, y sacamos lo mejor que llevamos dentro, estamos respondiendo a la vocación, a la misión de Dios. Es nuestra mano la que traza ese signo de salvación, porque nuestras manos nos las dieron para bendecir y consagrar, para poner todo al servicio de Dios, y no para destruir, arruinar o dañar nada de lo que forma parte de la creación.
Nos hemos reconocido pecadores al comenzar nuestra celebración de hoy. ¿Qué significa tal gesto? Que al andar por los caminos de la vida no hemos vivido como consagrados al servicio de quien nos dio el ser: No hemos sido creadores, hemos vendido barata nuestra libertad, nos hemos quedado mucho de nosotros mismos y se nos ha estropeado en la despensa, que el amor y la entrega aún los tenemos casi sin estrenar… Pero en el reencuentro y en el perdón, salimos renovados. Luego recibiremos el «Alimento Maravilloso» que nos dé las fuerzas para llegar hasta la vida eterna. Sentiremos la fraternidad que nos recuerda que cada hombre es un hermano, a pesar de todas las diferencias. Y el Espíritu nos irá transformando en lo que hemos recibido: el Cuerpo de Cristo.
Una nueva señal de la cruz hemos trazado antes de que fuese proclamado el Evangelio: hemos querido expresar que queremos meter en nuestra mente (para que gobierne todas nuestras acciones), poner sobre nuestros labios (para que hablemos palabras de amor), e insertar en nuestro corazón y en todo nuestro ser los sentimientos que la Palabra del Señor nos brinda cada domingo y cada día.
¿Y cómo sabemos todas estas cosas? ¿Cómo nos atrevemos a hacer tantas afirmaciones sobre nuestro gran Dios, el Dios de la paz y del amor? Él mismo se ha ido dando a conocer progresivamente, desde Abraham y Moisés, hasta Jesús. Por ejemplo, la primera lectura: ¿Cómo es el Dios que se «descubre» ante Moisés? Es un Dios que baja hasta el hombre y se muestra como compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Ante Él, Moisés, nosotros, nos postramos por tierra y adoramos.
San Pablo, después de desear que el Dios del amor y de la paz estén con vosotros, saca una conclusión: Saludaos con el beso santo. Es decir, que cuando nos besamos santamente, cuando nos abrazamos fraternalmente, estamos dando culto a la Trinidad. Besarse y abrazarse es una oración muy hermosa que agrada a Dios. Para eso estamos aquí: no para discutir o reñir, no para desentendernos los unos de otros, sino para mirarnos comprensivamente, para acercarnos y acogernos sinceramente, para comunicarnos y unirnos definitivamente. Es que así es Dios.
El que cree en el Dios cristiano sabe que tiene esta tarea: ser su imagen y semejanza. O sea, convertirse en el reflejo de un Dios que es amor, comunicación, entrega, que es persona, que es Comunidad Familiar, que ha salido al encuentro del hombre para prestarle ayuda, y hasta le ha entregado a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él. Eso implica:
Si optamos por todo lo contrario nos estamos condenando, no creemos en el nombre del Hijo único de Dios. Y no hace falta que venga Dios a decírnoslo: nosotros mismos estamos poniendo unos sólidos cimientos de autodestrucción e infelicidad. Pues eso: hagámoslo todo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 14 de junio de 2025

SÍ ES SÍ. NO ES NO.

 


También habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No dejes de cumplir lo que hayas ofrecido bajo juramento al Señor.’ Pero yo os digo que no juréis por nada ni por nadie. No juréis por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni siquiera juréis por vuestra propia cabeza, porque no podéis hacer que os salga blanco o negro ni un solo cabello. Si decís ‘Sí’, que sea sí; y si decís ‘No’, que sea no. Lo que se aparta de esto, es malo.

Hemos de ser honrados y demostrarlo. Si lo somos no necesitaremos juramentos. Todo el mundo sabrá que si decimos sí, es sí; y si decimos no, es no. Debemos ser transparentes y no aparentar lo que no somos. Sencillos como nos quiere Jesús.

"A hombres y mujeres de este mundo y de todos los tiempos nos han encantado siempre las grandes palabras: justicia, fraternidad… y muchas otras. Nos ha encantado prometer y asegurar y jurar que íbamos a hacer esto o lo otro o lo demás allá. A modo de ejemplo, podemos pensar en los políticos que son especialistas, sobre todo en las campañas electorales, en prometer puestos de trabajo, incrementos en las pensiones, rebajas de impuestos, viviendas para todos, etc. Y luego pasa lo que pasa, que hacen lo que pueden y, a veces, ni eso. He puesto como ejemplo a los políticos pero podríamos hablar también de los grupos de amigos, de las familias, de las empresas y, por qué no, de la iglesia, de las comunidades cristianas, de las congregaciones religiosas. Siempre nos han gustado las grandes palabras, las declaraciones de principios. Pero luego, cuando llega la vida, nos solemos quedar cortos de realidades.
El texto evangélico de hoy nos invita a renunciar a esas grandes palabras. Menos declaraciones solemnes y más humildad. Porque a veces parece que se nos va la fuerza por la boca. Y luego nada. Por eso dice Jesús que mejor que tantos juramentos, nuestras palabras sean simples y sencillas: “A vosotros os basta decir ‘sí’ o ‘no’.” En realidad viene a ser una invitación a hablar menos y a hacer más. A no malgastar nuestras energías, siempre limitadas, en muchas palabras y a intentar orientarnos más a la acción.
A intentarlo, porque la realidad es que somos limitados y pobres. Nuestros intentos no siempre consiguen sus objetivos. Tenemos mucha buena voluntad (¿a quién se le puede negar la buena voluntad?) pero los resultados suelen ser más pobres de lo previsto. Tendremos que aceptar con humildad que no lo podemos hacer todo, que hay objetivos (fraternidad, justicia para todos…) que nos resultan difíciles, casi imposibles, de conseguir.
Pero mientras tanto vamos a dejar las grandes palabras y declaraciones que a veces solo sirven para cuidar una imagen pública que tiene luego poco que ver con la realidad. Más con el mazo dando y menos perder la fuerza en palabras."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 13 de junio de 2025

AMOR SIN FISURAS

 


Habéis oído que antes se dijo: ‘No cometas adulterio.’ Pero yo os digo que cualquiera que mira con codicia a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Por tanto, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácalo y échalo lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtala y échala lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
También se dijo: ‘Cualquiera que se separe de su esposa deberá darle un certificado de separación.’ Pero yo os digo que todo aquel que se separa de su esposa, a no ser en caso de inmoralidad sexual, la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una mujer separada también comete adulterio.
(Mt 5,27-32)

Jesús en este duro texto nos muestra hasta donde debe llegar nuestro Amor por los demás. Hasta el extremo. Nos enseña que nuestra lucha contra el mal ha de ser total. Un mal que empieza a anidar en nuestro interior, con nuestros malos deseos. Un mal que afecta a los otros y que les lleva a ellos al mal.
No se trata de ser escrupulosos. Se trata de ser honestos en nuestros deseos e intenciones. Y de confiar siempre en la ayuda y la misericordia de Dios. Jesús está siempre a nuestro lado y nos acompaña, nos da fuerzas, nos da su gracia.
 
"La verdad es que los primero que nos sale decir ante estas palabras de Jesús es que no tiene razón. No es lo mismo desear que hacer ni tiene los mismos efectos. Eso está claro. Pero si algo tiene Jesús es que nos intenta llevar a ser conscientes de que no basta con cumplir la letra de la ley sino que hay que cumplirla con el corazón.
Si la ley manda algo meramente externo. Supongamos que sale una ley que nos obliga a todos a llevar sombrero bajo pena de multa. Está claro que bastaría con cumplirla materialmente. No sería necesario estar de acuerdo con ella. Ahí no hay discusión.
Pero cuando llevamos las cosas a un lugar más radical, entonces el corazón importa. Cuando Jesús nos dice que la única ley del cristiano es el amor, eso no se puede llevar a un mero cumplimiento externo. Se notaría demasiado. Es más, todos somos conscientes de que ese mero cumplimiento externo no sería más que una pura hipocresía, fariseísmo total, actuación exclusivamente para la galería. Pero si no hay un verdadero amor en el corazón, un auténtico preocuparse por el bien del otro, ¿qué amor es ese? No vale para nada. Y lo que nos pide Jesús es que nos amemos unos a otros. Ni más ni menos.
Esto que decimos en una dirección (hay que amar), vale también en la otra: el pecado se genera en el interior de la persona. El que desea el mal, ya peca en su interior. Cierto que no tendrá las mismas consecuencias que si realizase el mal en la práctica. Pero en su interior anida el mal. Eso no se puede discutir. Y, si somos sinceros, somos conscientes de ello.
Espero que Dios nos tendrá mucha misericordia porque conoce bien nuestras limitaciones. Pero nosotros, los que queremos seguir a Jesús, tenemos que ser conscientes de que estamos llamados a hacer el bien, a amar, con toda la radicalidad que nos sea posible. Y ese amor sólo puede nacer desde lo más hondo de nuestro corazón. Por eso, cuando sintamos que nace el mal ahí, en nuestro centro, tenemos que procurar liberarnos de él cuanto antes porque nos hace daño a nosotros e, inevitablemente, a nuestros hermanos y hermanas."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)


jueves, 12 de junio de 2025

EL VERDADERO SACERDOTE

 

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
"En las religiones antiguas, y en la mentalidad de muchas personas religiosas hoy, cristianos incluso, el sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres. Se considera que es una figura necesaria porque la presencia de Dios, siempre todopoderoso y omnisciente, es figura salvadora pero también un poco bastante amenazadora para las personas. En todas esas religiones la relación con Dios se realiza sobre todo en el templo. Y ahí solo los sacerdotes tienen acceso a la parte más reservada, allí donde está la presencia de Dios. Las personas normales no tienen acceso a esa parte porque esa presencia del Santo podría poner en peligro sus vidas, sobre todo si no son lo suficientemente puros.
Pero con Jesús las cosas han cambiado radicalmente. Jesús no fue hombre de templo. Más aún, cuando se acercó al Templo de Jerusalén fue para criticarlo. Con Jesús Dios se hace presente en los caminos, en los pueblos, allá donde estaban las personas reales, sobre todo las que más sufrían la enfermedad o la injusticia. Jesús hace presente a Dios en el mundo, lo saca del templo. Con Jesús la presencia de Dios ya no es amenazadora sino una presencia amorosa. Dios es Padre, papá, que cuida de nosotros, sus hijos e hijas, que respeta nuestra libertad, que nos invita a crecer en responsabilidad. Y que pone por delante de nosotros un ideal: lo que el quiere y desea para nosotros, el Reino de justicia y fraternidad.
Ya no hace falta un mediador que nos proteja de un Dios que nos amenaza con el castigo eterno. Jesús se hace alimento para nuestras vidas. En Jesús comulgamos con Dios mismo, con el Padre, y con su proyecto para nosotros: el Reino.
Y así la misa, la Eucaristía, se convierte en el signo mayor de esa nueva comunidad de los hijos e hijas de Dios, donde no se excluye a nadie, donde las puertas están abiertas para todos, porque el amor de Dios es para todos, sin condiciones.
Jesucristo es sacerdote, el definitivo sacerdote, el que reúne a la comunidad de los hijos e hijas de Dios, nos libera del pecado y nos invita a participar con él en la construcción del Reino. Todos a una. Todos amados por Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)


miércoles, 11 de junio de 2025

EL SENTIDO DE LA LEY



 No penséis que yo he venido a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido. Porque os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra no se le quitará a la ley ni un punto ni una coma, hasta que suceda lo que tenga que suceder. Por eso, el que quebrante uno de los mandamientos de la ley, aunque sea el más pequeño, y no enseñe a la gente a obedecerlos, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que los obedezca y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos.
(Mt 5,17-19)

Jesús viene a dar a la Ley su verdadero sentido. Los fariseos y quizá también nosotros, nos quedamos con la letra de la ley. La Ley no tiene sentido ni vale nada si no se cumple  con Amor. Ese es su sentido profundo. Jesús lo resumió con su mandamiento: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado". Sin Amor la ley sólo es letra, prácticas, actos sin sentido, sin humanidad.

"Este texto se nos puede atragantar un poco. ¿Es que Jesús nos está diciendo que para ser seguidores suyos tenemos que ser perfectos judíos, cumpliendo al detalle cada una de las normas que tenían? No lo creo. Hay que fijarse en que Jesús dice que no ha venido a abolir sino a dar plenitud. Ahí está clave. Jesús nos invita a dar un paso adelante. No se trata de abolir pero sí de superar. Con Jesús hay una nueva ley, que engloba y supera la anterior.
Quizá para entender mejor este texto tendríamos que hacer memoria y recordar aquel pasaje en que Jesús se encuentra con un hombre que le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna (Mt 10,17-25). Jesús con mucha paz le pregunta si ya ha cumplido los mandamientos. El hombre responde que sí. Y entonces Jesús da un salto adelante. No basta con eso. Le hace falta algo más: primero, vender todos sus bienes y darlos a los pobres y luego seguir a Jesús. Dicho en otras palabras: liberarse de todo lo que le ata y, así, ligero de equipaje, convertirse en discípulo, emprender un nuevo camino, que ya no está marcado por los mandamientos sino por el Reino.
En el texto de hoy, con otras palabras Jesús nos invita a dar ese mismo paso. A superar la etapa de la ley y las normas para entrar en otra dimensión. Viene a ser lo que san Agustín expresó diciendo “ama y haz lo que quieras”. Podemos poner un ejemplo muy sencillo: podemos ir a misa el domingo porque es una ley de la iglesia o podemos ir a misa el domingo porque es la oportunidad gozosa de compartir con nuestros hermanos y hermanas de comunidad nuestra fe, escuchar juntos la Palabra y compartir el pan de la Eucaristía. Es lo mismo pero no es lo mismo.
Podemos ser cristianos preguntándonos todo el tiempo si esto es pecado o no es pecado. O podemos ser cristianos pensando en qué podemos hacer para construir unas relaciones humanas más fraternales y más justas, en definitiva, para ir haciendo del Reino una realidad en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean. Lo primero es quedarnos en la ley. Lo segundo es dar un salto adelante y vivir en la plenitud del Reino."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 10 de junio de 2025

DAR SABOR E ILUMINAR

 

Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea.
Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo.

Nos quejamos de que las iglesias están vacías, de que el odio, el racismo, las guerras aumentan y cada día son más inhumanas...Pero debemos preguntarnos ¿somos sal y luz para el mundo o nuestra vida es insípida y oscura? ¿Ayudamos a los emigrantes, a los perseguidos, a los abandonados?¿Nuestra vida ayuda a que los demás vean los valores cristianos, descubran que lo esencial es Amar? Quizá llevamos una vida gris, insípida, triste, que no ayuda a que el mundo vea lo que es verdaderamente ser cristiano y dónde se encuentra la verdadera felicidad, dónde realmente debemos buscar a Dios.

"Es curioso que Jesús nos diga que somos/tenemos que ser la sal el mundo. Lo digo porque ahora los médicos están empeñados en quitarnos a todos la sal de los alimentos. Dicen que es mala para el corazón. Pero la verdad es que comer todos los alimentos sosos, es algo bastante aburrido. Es como si todo supiera a lo mismo. La sal realza el saber de cada alimentos y marca las diferencias.
Conclusión: igual tenemos que obedecer a los médicos y por el bien de nuestro corazón y de nuestras arterias conviene que dejemos de poner sal en los alimentos. Pero eso no significa que nuestra vida se tenga que volver sosa e insípida, aburrida en definitiva. Lo que Jesús nos pide es que pongamos en la vida propia, en las relaciones, la sal del Reino. Es una sal que nos hace comprender la realidad que nos rodea desde un punto de vista diferente. Podríamos decir que desde el punto de vista de Dios.
Con la sal del Evangelio comprenderemos perfectamente que más allá de las diferencias que traen consigo las fronteras, las ideologías, el sexo, la religión y tantas otras maneras que tenemos de separarnos y excluirnos unos a otros, hay algo que nos une: el ser hijos e hijas de Dios, hermanos unos de otros. Con la sal del Reino entenderemos muy bien que vale la pena luchar por la justicia y la fraternidad porque nos ayudará a ver mejor la injusticia y la intolerancia que imposibilitan vivir como hermanos e hijos de Dios.
El problema es si la sal se vuelve sosa. Es decir, si somos cristianos pero eso nos sirve sólo como una especie de garantía para asegurarnos la salvación y la tranquilidad de espíritu. Puede pasar que de tanto ir a misa y orar en la intimidad se nos olvide que seguir a Jesús tiene consecuencias para nuestra vida en los otros momentos en que no estamos rezando o no estamos en la Iglesia. El Evangelio, el Reino, tiene consecuencias para nuestra vida familiar, para la relación con los amigos, para nuestras opciones políticas, para nuestro servicio a los más pobres y necesitados, siempre en búsqueda de la fraternidad y la justicia. Esa es la sal que tenemos que poner en nuestro mundo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)


lunes, 9 de junio de 2025

MARÍA MADRE DE TODOS

 

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre:
– Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
– Ahí tienes a tu madre.
Desde entonces, aquel discípulo la recibió en su casa
Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumplido, y para que se cumpliera la Escritura, dijo:
– Tengo sed.
Había allí una jarra llena de vino agrio. Empaparon una esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús bebió el vino agrio y dijo:
– Todo está cumplido.
Luego inclinó la cabeza y murió.
Era el día de la preparación de la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos quedasen en las cruces durante el sábado, pues precisamente aquel sábado era muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucificados y quitar de allí los cuerpos. Fueron entonces los soldados y quebraron las piernas primero a uno y luego al otro de los crucificados junto a Jesús. Pero al acercarse a Jesús vieron que ya había muerto. Por eso no le quebraron las piernas.
Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua.

El Papa Francisco decretó la celebración de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, el lunes después de Pentecostés.
El Evangelio de hoy nos presenta a María al pie de la Cruz. Es la culminación de su fidelidad, del "he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra". No hay dolor mayor para una madre que ver morir a su hijo, y más aún, de verlo morir con los sufrimientos con que lo hizo Jesús.
María, engendrando a Jesús, nos engendró a todos, por eso es Madre de la iglesia. Su fidelidad a Dios también lo es a nosotros. Ella nos ama siempre y intercede por nosotros en todo momento.
Su capacidad de Amar, demostrada al pie de la Cruz, ha de ser modelo de nuestro Amor.

domingo, 8 de junio de 2025

EL ESPÍRITU NOS ENSEÑA

 


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
(Jn 20,19-23)

La liturgia de hoy nos ofrece la posibilidad de dos evangelios. El comentario de Alejandro se refiere al primero y el Power de St. Benet de Montserrat es sobre el segundo. En ambos Jesús nos da su Espíritu. Es el Espíritu quien nos enseña la Verdad. Es el Espíritu quien habla en nuestro interior y nos guía en la vida. Es el Espíritu el que debemos transmitir a nuestro alrededor. Porque el Espíritu es el Amor.

"El evangelio de san Juan concluye la narración de la muerte de Jesús: «e, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu». Cuando se escribieron los evangelios, no había letras minúsculas. No sabemos si, de vivir varios siglos después, o en nuestro tiempo, habría escrito el autor la palabra «espíritu» con mayúscula o con minúscula. O quizá la hubiera escrito de las dos formas, poniendo una barra de separación entre ellas. Y es que una de las técnicas de este evangelio es precisamente la de jugar a la ambigüedad, no en el sentido de que quiera confundirnos, sino en el sentido de la riqueza y abundancia de signifi­cados que ofrecen sus expresiones (polisemia). Así que nosotros, ahora, en nuestro caso, si pecamos de algo, es mejor que pequemos viendo un doble sentido en su expresión, en lugar de ser demasiado parcos y quedarnos sólo con el significa­do más simple, el de exhalar el último aliento, o el de encomendar su vida a las manos de Dios.
Los Discípulos podían muy bien decir: «¿qué va a ser de nosotros si Tú nos faltas? ¿Cómo nos las vamos a apañar? Todo se vendrá abajo. Nosotros mismos nos vendremos abajo. Tú no nos puedes faltar.» En cambio, Jesús les decía: «os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no os podré enviar el Espíritu de la verdad.» Para poder decir «¡bienvenido!» al Espíritu, hay que dar un cierto «¡adiós!» a Jesús. Y Jesús cumple su promesa. Viene al encuentro de los Discípulos como Resucitado y les entrega el Espíri­tu. El Espíritu es, pues, el fruto maduro de la Pascua de Jesús. De ese fruto participamos todos, gracias a Dios.
Porque hoy para todos nosotros es Pentecostés. Hoy celebramos que Jesús nos envió su Espíritu. Es un hecho que no consignó ningún historiador. Pero la historia cambió desde aquel momento. En el corazón de aquellos galileos que habían seguido a Jesús desde los inicios allá cerca del lago, en el corazón de María, su Madre, y en el de las otras mujeres que habían ido con Él, en el corazón de los discípulos que se habían añadido al grupo a lo largo de aquellos tres años por las tierras de Palestina, todo había cambiado cuando, después de la muerte del Maestro, lo habían experimentado vivo, resucitado en medio de ellos."
Solo el don de una fuerza divina puede cambiar radicalmente la situación. Y es aquí donde Pablo introduce el discurso del Espíritu que, penetrando hasta lo más íntimo de la persona, trasforma el corazón, comunica energía de vida, infunde la capacidad de ser fiel a Dios. La consecuencia de esta transformación es la liberación de la esclavitud del pecado.
Todo había cambiado. Pero no sólo por admiración o por alegría. Todo había cambiado porque ahora la vida nueva de Jesús era su misma vida, el Espíritu de Jesús era su mismo Espíritu. El aliento de Jesús, la fuerza de Jesús, el alma de Jesús. Este Espíritu es ahora como nuestra madre. Así cumplió Jesús su palabra: «no os dejaré huérfanos». Somos los renacidos del agua y del Espíritu. El Maestro sigue con nosotros, a través del Espíritu Santo.
Ese Espíritu nos conduce a la verdad plena. Si nos dejamos guiar por Él, nos hace penetrar en lo profundo del misterio de Dios; nos hace penetrar en lo profundo del misterio de la vida. Y nos enseña a discernir: a separar la paja del grano; lo que conduce a la vida de lo que aleja de ella; lo verdadero de lo falso. Esto no es una vana especulación sin comprobación posible; no es una hipótesis todavía pendiente de confirmación. Es una realidad bien comprobada. Ahí tenemos toda esa rica historia de los santos, que son los hombres y mujeres que se han dejado educar y guiar por el Espíritu. ¡Cómo han calado hondo en el misterio del vivir! ¡Qué intensa y apasionadamente han vivido! Los distintos dones y frutos del Espíritu han henchido su vida.
Sin el Espíritu de Dios no podemos orar a Dios. Uno de los dones del Espíritu es justamente el don de piedad, por el que nos podemos sentir gozosamente hijos de Dios y se crea sintonía y suavidad para escuchar a Dios y acogerlo y para volvernos a Él y hablarle a semejanza del modo confiado en que Jesús hablaba al Padre. (Cf Rom 8,15); «Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (Gal 4,6).
Sin el Espíritu de Dios no podemos testimoniar a Dios. El Espíritu hace irradiar. Si conduce a una mayor concentración es en orden a una mayor expansión. Por Él los Apóstoles salieron hasta los confines del mundo; por él nosotros podemos sobreponernos al miedo y a la pereza y dar testimonio. Llenos del Espíritu Santo.
Todo con mucha paz. Porque las primeras palabras del Resucitado son para desear la paz. A pesar de todo. «Sin embargo, cuando os entreguen no os preocupéis por lo que vais a decir o por cómo lo diréis, pues lo que tenéis que decir se os inspirará en aquel momento; porque no seréis vosotros los que habléis, será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por vuestro medio.» (Mt 10,19-20) Siempre con mucha paz.
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 7 de junio de 2025

LA VOLUNTAD DE DIOS



Pedro se volvió y vio que detrás de él venía el discípulo a quien Jesús quería mucho, el mismo que en la cena había estado junto a él y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?” Cuando Pedro le vio, preguntó a Jesús:
– Señor, ¿y qué hay de este?
Jesús le contestó:
– Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme.
Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho que no moriría, sino: “Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti?”
Este es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito. Y sabemos que dice la verdad.
Jesús hizo otras muchas cosas. Tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.
(Jn 21,20-25)


Estamos en sus manos. Cada uno tiene su destino y es Dios su dueño. Nosotros debemos esforzarnos para cumplir la voluntad de Dios sobre nosotros. Debemos ser fieles.

"Llegamos al final de las historias que nos han ido acompañando durante estas semanas de Pascua. Tanto el viaje de Pablo en Roma como el camino de Cristo Resucitado terminan, y nos queda esperar la Ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Termina el Evangelio con una charla entre Jesús y Pedro acerca del discípulo amado. A Pedro le inquieta qué será de Juan y le pregunta a Jesús qué va a pasar con él. Jesús le responde que no tiene por qué preocuparse por el futuro de Juan, sino que se centre en seguir sus pasos. Buen consejo para todos, porque a menudo nos despistamos, pensando más en lo que hacen los otros y no en lo que debemos hacer. Además, está la necesidad de obedecer a Dios en lugar de andar averiguando qué les depara el futuro a los demás.
Después de que Jesús resucita, Pedro se encuentra con la enorme tarea de llevar las riendas de la iglesia. Es ahí donde le empieza a preocupar el porvenir de Juan, su discípulo querido, y cómo se desarrollará su vida. Pedro, al ver a Juan, le pregunta a Jesús: «Señor, ¿y qué hay de este? » (Juan 21:21). Esta pregunta deja ver su inquietud por el destino de Juan.
Jesús le contesta a Pedro: «Si quiero que siga con vida hasta que yo regrese, ¿a ti qué te va en ello? Tú, sígueme». Con esta frase, Jesús deja claro que Pedro debe concentrarse en seguirlo a él y cumplir con su propia misión, no con la de otros. La respuesta de Jesús encierra varios puntos importantes:
El primero, la importancia de ser obediente. Jesús le dice a Pedro que lo siga a él y que no se coma la cabeza pensando qué será de Juan. Esto subraya lo crucial que es obedecer a Dios y concentrarse en el llamado personal de cada uno. No hay que andar adivinando el futuro ajeno. Jesús le indica a Pedro que no debe preocuparse por lo que le depare a Juan, sino que debe centrarse en su propia tarea y en seguirlo a él.
Además, está el poder absoluto de Dios. Jesús no revela el futuro de Juan, sino que le deja claro que ese futuro está en sus manos.
El pasaje termina con Juan diciendo que él es el autor del relato y dando fe de las cosas que hizo Jesús. También se menciona que Jesús hizo muchas otras cosas que no pudieron quedar escritas.
Este pasaje nos enseña a no darle vueltas al futuro de los demás, sino a concentrarnos en nuestra propia tarea y en seguir a Jesús. Nos recuerda que Dios tiene un plan para cada uno y que no debemos intentar controlar ni adivinar el futuro de nadie. Es el Espíritu Santo el que nos permitirá vivir así, anunciando a todos la Buena Nueva, como Pablo en Roma."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)