"La gente se encontraba en gran expectación y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías. Pero Juan les dijo a todos:
- Yo, ciertamente, os bautizo con agua; pero viene uno que os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatar la correa de sus sandalias.
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Sucedió que cuando Juan estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado. Y mientras oraba, el cielo se abrió, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido."
Juan anuncia la llegada de Jesús, alguien que bautizará con el Espíritu y con fuego. Y Jesús se presenta en medio del pueblo. Se acerca a bautizarse en medio de los pecadores, como uno más. Él, que no necesitaba ese bautizo, porque era Santo. Para Jesús ese bautismo le cambió la vida. De su vida de carpintero en Nazaret, pasa a recorrer el país anunciando el Reino, curando y atendiendo a los que lo necesitan. En ese bautismo de Juan, el Espíritu desciende sobre Él y el Padre lo proclama como Hijo amado. Él es el elegido para salvar a todas las naciones. Nuestro bautismo no es el de Juan, sino el de Jesús. Bautizo en el Espíritu y fuego. ¿Realmente ese bautizo ha cambiado nuestras vidas? Éramos tan pequeños que no lo recordamos. Ese bautismo que recibimos un día ha de ser ratificado con nuestra conversión. Jesús se acerca entre los pecadores, y se acerca orando. Es así como debemos acercarnos nosotros a Dios. Hemos de ir formando comunidad con los despreciados de este mundo. Hemos de ir orando, es decir, contemplando las palabras del Evangelio. Uniendo nuestro corazón al de Jesús y al de todos los hombres. Sólo así lograremos que nuestro "bautismo" sea una experiencia, un cambio de vida, una auténtica conversión. |
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