"Algunos escribas y fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos:
- ¡De modo que come con publicanos y pecadores!
Jesús lo oyó y les dijo:
- No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justo, sino a los pecadores."
Jesús acaba de llamar a Leví, el cobrador de impuestos y se va a comer con él y sus amigos. En Israel, al igual que vimos el otro día con el leproso, el contacto con enfermos y pecadores te hacía impuro. Jesús rompe esa idea. Para Él, la forma de ser puro es acercarse al impuro para sanarlo, para ayudarle a cambiar de vida.
Cuando la Iglesia se cree un coto cerrado de santidad y se olvida de enfermos y pecadores, se está colocando al nivel de los fariseos y escribas. Una Iglesia auténtica es aquella que abre sus puertas a todos, que deja su comodidad para ir a la periferia. No se hace uno puro aislándose, sino purificando a los demás. No se es bueno encerrándose en su bondad, sino haciendo buenos a los demás. Aunque esto nos haga correr el riesgo de mancharnos.
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