Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea.
Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo.
Debemos ser sal y ser luz. La sal potencia el sabor de los alimentos. La luz hace que podamos ver los colores. Con la afirmación de que somos la sal y la luz del mundo, Jesús nos dice que debemos enriquecer la vida de los demás. Que debemos dar Vida. Perder el gusto salado es no ayudar a los demás a vivir en positivo, a sacar lo mejor que llevan dentro de ellos. Ocultar la luz es no mostrar a todo el mundo que la bondad existe. Es encerrarnos en nosotros mismos, ignorando la vida y los problemas de los demás.
Ser sal y ser luz es Amar plenamente a nuestro prójimo. Es hacer de este mundo algo lleno de Vida y no algo sin gusto ni color. Es llenarlo todo de Amor.
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