Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que cree en el Hijo de Dios no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. Los que no creen ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven conforme a la verdad, se acercan a la luz para que se vea que sus acciones están de acuerdo con la voluntad de Dios.
Jesús sigue hablando con Nicodemo. Le muestra el Amor de Dios. Un Dios que quiere salvar, no condenar. Por eso lo envió a Él, para traernos la Luz i salvarnos.
Debemos amar la Luz. La oscuridad es el mal. Si leemos el relato de la creación, lo primero que Dios crea es la Luz. Es a partir de ahí que irán apareciendo todas las cosas creadas. Juan empieza su evangelio diciendo:
"Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios.
Ésta al principio se dirigía a Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe. En ella había vida, y la vida era la Luz de los hombres; la Luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron".
La Palabra y la Luz es el Amor de Dios sobre nosotros. Por eso debemos preferir la Luz a las tinieblas. Aceptar a Dios es aceptar el Amor. Es dedicar nuestra vida a amar. Si amamos, estamos salvados.
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