domingo, 17 de marzo de 2024

MORIR PARA VIVIR

  

Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
– Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. Jesús les dijo:
– Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
“Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!"
Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
– Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo:
– No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo! Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir.

Hoy Jesús nos enseña, que para vivir, para dar fruto, hemos de morir a nosotros mismos. El gran error que cometemos en este mundo es el de mirarnos sólo a nosotros y olvidar a los demás. Vivimos plenamente cuando nos entregamos a los otros. Vivimos plenamente cuando amamos, que es entregarnos totalmente. Así hacemos llegar al Reino en este mundo.

" (...) Vivir, para nosotros, los creyentes, no es fácil. Lo sabe bien Jesús, que pasó por esta vida como uno más. No se quedó allá arriba, a contemplar nuestros problemas. No nos salva desde las alturas, a distancia, sino que se encarnó, para recorrer el camino de la vida junto a nosotros, sus hermanos. A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Compartió el pan, se hizo “compañero” de camino. Por eso sabe lo que nos cuesta ser fieles, por eso podemos confiar en Él, porque nos ayuda en ese camino, su carga es llevadera y su yugo es suave (cfr. Mt 11, 28-30). No pide cosas imposibles, cuando invita a seguirlo. Él mismo se sintió tentado de
Seguir a Jesús o, por lo menos conocerlo, querían los griegos de los que habla el Evangelio. No era una curiosidad «teórica». Después de haber oído mucho sobre Él, seguramente querían saber cómo pensaba y, quizá, de qué manera podían seguirlo. Nosotros, ¿pensamos que ya lo sabemos todo, o seguimos interesándonos por Jesús? ¿Le buscamos, o estamos sentados, sin más?
Esos griegos no se acercan directamente a Cristo. Comprenden que no es fácil acercarse al Maestro, sin pasar por la comunidad. Por eso, entran en contacto con los apóstoles, para que éstos los lleven a Jesús. La comunidad cristiana como medio para llegar a Él. ¿Cómo es mi comunidad? ¿Abierta, expansiva, misionera? ¿O cerrada, sin ganas de acoger a nadie? ¿Testigos de la Luz o “guardianes del calabozo”?
¿Qué descubrieron los griegos, estando cerca de Jesús? Probablemente vieran a un hombre entregado a una causa, la causa del Reino de Dios. Una causa por la que estaba dispuesto a morir. Porque muriendo se vive plenamente, conforme a los planes de Dios. Es lo que debe hacer la semilla, para dar fruto. Por eso, toda la vida la vida de Jesús fue un ir muriendo poco a poco, entregándose a la voluntad del Padre, para acabar ofreciendo su existencia en la cruz. Eso fue lo que vieron y aprendieron los griegos, viviendo con Jesús.
Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo, sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia formación, como personas, como profesionales, como cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su Palabra son la fuente de esa esperanza.
El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre todo, para saber a qué debemos morir.  El mundo en que vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.
Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito cada día."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

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